urgencias, por si acaso. Era una rutina que conocía bien. Mi corazón, que debería haber estado latiendo con fur
en las paredes eran los favoritos de Leonor. El piano de cola en la sala era el que ella solía tocar.
ana estaba arrugado en el suelo. Su almohada con ribetes de encaje, la almohad
taba en el aire. "Discúlpate". N
ción. Y cuando regrese, quiero ver que hayas tirado todos esos acei
o. Mi pasión. Los llamó
ontenía cientos de pequeños frascos de aceites esenciales y absolutos. Era m
arlos, sino para salvarlos. Cada frasco contenía un recuerdo, un
esitaba encontrar a Damián. Necesitaba ver su rostro cuando no estuviera bajo el hechizo de
l. La enfermera dijo que el señor Garza había estado allí, pero se h
stómago. Revisé un sitio de chismes de celeb
toda la noche en Polanco. Él sonreía, dándole de comer un croissant, sus ojos llenos del tierno afecto que una vez reservó para mí. El pie de foto decía
tima. La señora Garza, la mujer que tenía que limpiar su propia habitación mientras su esposo est
io, diciéndole al mayordomo que eran donaciones. Era una mentira, pero era la úni
un clóset cuando Damián finalmente llegó a casa. Me enco
-preguntó, su voz suave, c
rojé el álbum a una gran bolsa de
herido-. Esos son
él, aferrándose a su br
duele la cabeza. ¿Pu
caros suéteres de cachemira, y le quedaba grande en su peque
us ojos todavía en mí. Parecía genu
su labio inferior temblando-. El docto
vista patética. Se giró para
s más tard
rededor de ella. Arrastré la bolsa de basura llena de nuestros "recuerdo
a. Me trajo un pequeño plato de macarrones de la
ijo, con una sonrisa e
el
culpaste
risa v
de eso. Fue una noche
mi voz todavía tranquila-. ¿Por ment
incluso para sus propios oídos-. Ya sabes su estrés
castigaste p
te pedí que fueras considerada con su condición. La castigué, ¿
ca y sin humor se escapó de mis labios. En el pasillo, podía ver a Ivana reco
z goteando sarcasmo-
vorito. Un sabor que él recordaba. Por un momento, un destel
rfecto. Dulce,
comenzó l
l estalló en ronchas. Mi respiración s
No era alér
almendras. Y este macarrón, esta ofrenda d
on con horror al ver mi cara
¡Dios mí
al 911. En el mismo momento, Ivana soltó
s de ti y de mí! ¡Me están llamando rompehogares! ¡No
suelo, sollozand
yo, jadeando por aire en el suelo de la biblioteca, e
s llenos de páni
ena,
ró y corrió
la a sus brazos. La eligió a ella. Eligió consolar su falso ataq
e a Ivana, dejándome sola en el suelo. Mi mano, hinchada y roja, alcanzó mi bolso,
eacción alérgica leve en un restaurante, y él mismo me había llevado en brazos al coche, rompiendo todas las leyes de tránsito