decía de luces. Era el c
nca me había permitido asistir a una fiesta familiar. No era lo suficiente
, pero el agarre de Al
-. Convenció a la abuela de que te die
Por supuesto. E
te a la matriarc
ora Garza -murmuré, co
una sonrisa delg
tu regalo
ionado. Lo miré, una súplica silenciosa en mis ojos. Él pa
mirada triunfante de Sofía. Había pla
ágrima escapó y trazó un c
encio en un rincón, observando cómo Doña Elena colmaba de afe
o de su propio dedo, un enorme diamante antiguo, la re
a Elena a la sala-, Sofía es la ve
lvieron hacia mí. La
Ava? -preguntó Doña Elen
Sofía, sus ojos llenos de un am
ón se hi
rprendentemente firm
a Alejandro y Sofía con algún prete
onmigo
ón fría y desnuda. Dos guardae
ley de la fa
es sacó un largo
ron a arr
lo-. Nunca te quise en esta familia. La esposa de mi nieto siempre estuvo dest
bur
logrado producir un heredero. Er
alud, sobre por qué no podía tener
restalló e
ínea de fuego puro. Un grit
rrizó. El dolor era ceg
jandro, una última y desesperada e
lo
i cuerpo convulsionando. La oscuridad
que alguien me levantaba. Olí su aroma
sollocé, afe
mano, su toque sorprendentemente sua
lección, Ava. A esto te apuntast