rta, su expresión una me
ién
tirar la toalla de papel empapada de sangre
n dos semana
staba dispuesta a darles la satisfacción
rimer plano. No preguntó por mi versión de la historia ni por
usador-. El doctor dijo que necesita descansar. Estuvo llorando
respondí secamente-.
jamente, s
é? ¿Por esto? ¿P
. No por un
, incapaz o no di
a que todavía mantenía en mi casa para cuando estaba en la ciudad
s que Daniel había plantado para mí años atrás, porque sabía que eran mis favoritas, entrab
lo me dab
edad. Una reacción alérgica, habían dicho los médicos, pero nunca pudieron identificar el desencadenante. Trop
ándome, mis piernas se sentían débiles. Vi mi bolso en la mesa de centro y me abalancé sobre él, derribando
o. El inhalador no estaba allí. El EpiPen no estaba allí. El pán
del hospital. Entró para verme jadeand
i angustia. Se fijaron en los
ijo, su voz peligrosamente baja-.
xiándome. Vio
, su rostro una más
te pasa, Angelina? ¿Estás tratando
los hombros
ntés
lpeó la esquina afilada de la estantería. Un destello de dolor b
irritada. Podía respirar de nuevo, aunque cada aliento era un esfuerzo doloroso. M
ulosamente los trozos más grandes del jarró
ededor del EpiPen de repuesto que guardaba en un bolsillo oculto. Con mano temblorosa, me l
ada. El alivio fue inmediato. Me apoyé en el lavabo, mirando mi reflejo en el espejo. Tenía un corte en la cabeza y la san
Daniel continuaba limpiando su precioso jarrón. El