zados. Su cara era una máscara de furia. "Quiero q
ó helado. ¿Un
rdo, aunque no sonaba muy convencido
aprenda a respet
na a los ojos. Vio la satisfacción cruel en su mirada. Era la humillación
iendo los ojos de R
u cuerpo en una rever
o", repitió, cada palabra un
ido como había llegado. De repente, su expresión se suavizó en una falsa p
o, pero Mateo la ret
, dijo, su v
or su rechazo, otra ac
ateo. Solo me p
oger los cristales rotos, ignorán
ieras. Pero al meno
, la gobernanta, una mujer mayor que seguía las ó
uéspedes para el doctor Ricardo. Y me ha dicho que usted... que usted debería mudarse al
a sido su refugio durante cinco años. Ahora lo man
ió Mateo, sin levant
rapia", Mateo hizo la mudanza. El almacén era un cuartucho sin venta
ón y su mochila.
os los recuerdos que había guardado de Elena. Una flor seca que ella le había regalado una vez, una entrada de cine de una
iras, contenidos e
la basura del almacén, y la lle
última vez. Ya no sentía nostalgia,
jó a las
erdos. El humo negro se elevó, y Mateo sintió como si
esperanza. E
las llamas, hasta que
, encendió la televisión.
a noche", decía el meteorólogo. "Se esperan lluvias
agó la t
ña
z. Lo supo con una
ñana había sido la número cien. Pero la venganza de Elena no había terminado
posible, algo peligroso, en medio de la tormenta. S
eo ib
ectamente hac
sería bajo sus
en la Condesa, Elena tomaba un ma
ó Sofía, jugando con su copa. "Lo de mañ
una sonrisa
que Rodrigo se fue. Es poético, ¿no crees? Una torm
a hacer ex
un sorbo d
entras él está allí, temblando de miedo y empapado por la lluvia, yo lo llamaré y le diré que me equivoqué de dire
sa algo?", p
ombros con una indife
ino. Un justo castigo
engativa, sino a un monstruo. Pero no dijo nada. Estab