img Soy el Trueque de mi Padre  /  Capítulo 5 - Ed. | 100.00%
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Historia

Capítulo 5 - Ed.

Palabras:1222    |    Actualizado en: 19/06/2025

do frente a ella era una carta fechada en 1893, escrita en una caligrafía desordenada que había aprendido a reconoce

ir, etiquetar. Repetir. Día tras dí

olos encontrados bajo la tercera capa de la capilla no pueden ser latinos, ni he

det

r había distorsionado la palabra o si e

, ampliando el docu

e de una criatura parecida a un ser alado, pero

un esca

iedo. No

e se tragara el aire de su alma. El mismo que sintió la primera vez que conoció a Félix

algo en sus ojos grises le hablaba sin palabras. Su voz grave. La forma en que se inclinaba para

el documento tra

gos. Y sin embargo, aceptó que no habría otro "juego con su padre" solo para volverla a ver. Eloísa prefirió proponerle una tregua más sencilla: verse de

mpió el silencio, vibran

a. Un recordato

n: ED –

ume caro. Dueño orgulloso de uno de los casinos favoritos de mafiosos y gánsters de med

ecía tallada con filo. Se decía que era un hombre despiadado, arrogante, de ambici

ue Edmundo poseía algo que ella necesitaba. Algo por lo

lo que buscaba, pero tampoco negaba que, si sabían respetar sus reglas, podía dejarse llevar un poco por el juego. Edmundo Dumas, co

as reglas, de ofrecerse bajo sus propios términos. No era un premio ni una prenda de cambio: era una experiencia envuelta en misterio, cuya atracción radicaba en no ser alcanzable

orpresa, lo est

aro, elegante, ceñido en la cintura con una caída que parecía flotar. Había llegado dentro de una caja de terciopelo negro, acompañado de un antifaz de alas, también azul claro, con detalles en dorado y gris

do le recordara que

cio. No preguntó nada al chofer -ella no necesitaba explicaciones- y se acomodó en el asiento trasero con la misma tranqu

iudad, champagne caro y música discreta de fondo. Pero algo en el recorrido comenzó a desconcertarla. L

y guantes oscuros la esperaba junto a la escalerilla desplegada de un jet privado. Se inclinó con una e

r recibirla esta noche en la ciudad. Ha pedido que la traigamos a su re

ro, aunque por dentro una chispa de interés se e

a un taxi, y se acomodó en el asiento reservado para ella. La azafata le ofreció una copa de vino blanc

an solo un ensayo. Esta n

sí, pero aún debía probar que sabía usar

a tenue luz de la cabina como un augurio. El aire nocturno del bosque prometía

odo. Eloísa recostó la cabeza contra el respaldo de cuero claro, sin despegar los dedos del antifaz azul que descansaba

a sobre la bandeja. No tenía apeti

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