dos con una tela. El silencio predominaba, y aunque no podía ver cuánto
n? -preguntó
ros nombres -respo
nde me
. El jefe estará feliz de verte -dijo otro, sorpr
quién podría ser
su jefe? -i
que qui
te y luego se detuvo. Todos los hombres bajaron del vehículo, y d
as -le advirtió uno de ell
etirarse brevemente la venda y acostumbrar la vista al lugar. Estaba en una celda de barrotes, completamente sola. Miró
observó detenidamente: medias negras
re es se
ecordar si había oído ese nombre o esa
e la única manera de traerte aquí
o no debería
í porque a
r que no sé quién eres. Me
u papá debió h
ampoco del tipo de de
uiera te habló de mi propu
a? No sé n
debió co
no f
eciendo a su hija como parte del trato. Es lo que me propuso: que t
esta "propuesta". Yo nunca manejo esas cosas. Así no se hac
manera de hablar contigo. El tr
un capricho o una fantasía; era una obsesión alimentada por su belleza, por lo inalcanzable. É
ngo idea de quién eres ni puedo confiar en ti. No sé siquiera s
s hasta qu
que no sería fác
i aún tuviera esto sobre los ojos y no conociera tu rostro. Cambiaría todo el trato
o tú y yo, aquí. -La voz del hombre e
la deuda de mi padre te será saldada. Solo
tá
una forma simbólica de pagar la mitad. No era lo ideal, y no quería estar vendada, pero e
ron ambos cas
e la celda abrirse. El
ate -ordenó, su vo
tas. Sintió su mano. Luego la otra. Sus palmas recorrieron uno
untó él, mientras su aliento
la cadera de ella con firmeza. El beso fue inten
a la pared, besándola con respiraciones entrecortadas, sus labios bajando por las mejillas h
aba de besarla, ni de tocarla. Finalmente l
-dijo él, al
esto será
ejor de lo que
a mí
Eloísa hizo que
ser así. Debemos hacerlo como y
llevaré directamente a mi habita
a manera de aceptarla. Sin embargo, sin pronunciar palabra, Eloísa alzó e
abios que hablaban poco, pero decían todo. Sus ojos, oscuros y afilados como noche sin luna, parecían custodiar secretos demasiado antiguos para pronunciarse. El cabello, revuelto con descuido deliberado, se despeinaba hacia un l
o. Pero, aunque la vendara mil veces más, ya
Algunos la habían mirado con deseo, otros con miedo, unos
ta más para que Eloísa supiera que, de algún modo, ya lo había conocido antes. Como si los caminos del alma se reconocieran i
e lo prohibido sin violar su re