recían inclinarse hacia ella, como si quisieran susurrarle secretos antiguos. La carretera a San Emilia no había cambiado en lo absolut
uró para sí, apretando el
vol
iente viva en el pueblo, había muerto sola en la antigua casona familiar. Nadie supo decir cómo. Solo la encontraron sentada frent
las paredes, murmullos que la hacían temblar cuando apagaban las luces. Su madre solía decir qu
vió a men
as, tiendas cerradas. Los rostros que encontró al llegar eran opacos, algunos incluso la evitaban como si fuera portado
le dijo la mujer mientras le entregaba
la casona. Había estado cerrada por más de diez años. Sus bisagras rechinaron como un lamento
so lo que le
la puerta principal
esta casa cuando
rostro. El mismo olor a madera podrida, a polvo, a
so. Todo seguía donde lo recordaba: los retratos torcidos en las paredes, los muebles cubiertos por sábanas amarillentas. Y al fondo, el espejo. Alt
a, como si algo interfiriera con la luz.
én est
o silencio y polvo. Se convenció de que era su imaginación.
mpartió con su madre seguía intacta. La cama estaba hecha, cubierta por una colcha tej
nía c
argo, come
ubiese compuesto para atormentar a los vivos. Dann
uede estar
vista, el espejo estaba empañado. Pero no por su res
con un gr
ica se
volvió a abr
voz de su madre la llamaba desde la oscuridad, pidiéndole
putrefacto en el aire. Y baj
.. regr