ías d
w
l
puestos. Y de esos dos, uno es el correcto. ¿Encontrarlo? Eso ya es otra historia. A veces, el universo -o el maldito destino, o quien sea que se diviert
nado, el que te rasga las rodillas y el alma a partes iguales. No sé si es un castigo, una broma de mal gusto o simplemente nuestra mala estrella. Pero hay algo que sí sé: No importa cuánto lo
den. Luego están los otros, los que la zozobra los devora antes siquiera de dar el primer paso. Se rinden antes de luchar, dejan que el miedo les ponga una pistola en la cabeza y aprietan el gatillo ellos mismos. Y, por úl
liente. La vida simplemente sigue su curso, te aplasta o te deja en pie, pero nunca se detiene a
ersistente. No esperaba que llegara con una bandera blanca para repetirme alguna absurda tregua. Siendo honesto, esos milagros no suceden y yo lo sabía mejor que nadie. La visita de u
eía, cómo la puerta se abría lentamente, dejando entrar la silueta de una mujer. Alcé la vista con desinterés estudiado, y allí estaba: no era la hija de Alfred, como quizá habría esper
pretendía sonar afligida pero no lograba disimular el
as la cabeza, como si analizara un
a en cada palabra-. Ya los arruinaste con tu presencia en mi oficina.
intentó conservar la compostura, tensando los labios
ida dignidad-. Acabo de enviudar y deberías ser más condes
as me echaba hacia atrás en el sill
os-. Tú no me soportas, ni yo a ti, es recíproco lo que se
escena. Dio unos pasos hacia el escritorio, el eco de sus tacones r
dos bursátiles por el accidente de Alfred -comenzó, midiendo cada pala
escritorio, forzándome a no le
nara mi tono-. ¿O un puto chantaje para dejar de a
a de serpiente que nunca h
si dice algo la prensa, será porque deben tener pruebas contra ti. Quizás... testimonios.
ero mantuve el rostro de piedra. Apre
ra mi amigo, íbamos a asociarnos... pero no puedo decir lo mismo de ti. Tú lo mandaste
ca de escándalo, un
or es unirnos. Firmar la alianza... pero con unos pequeños ajustes en los porcentajes de las parti
los objetos sobre la superficie. Hillary ni siquiera pestañeó,
lengua-. De eso, maldita sea, se trata toda esta payasada. Pero
ry se volvió cortan
iéndose de hombros con falsa pena-. No firmará nad
mí. Me incorporé de golpe, el sillón rechinando, y la señalé con el dedo, c
gate de mi oficina o voy a o
te su mirada, antes de que volviera a alzar
secretarias le fue con el chisme. Pero no tenía ni la más mínima intención de lidiar con el huracán de mi hermana, y mucho menos esta noche asistir a esa cena improvisada con Ja
cuando necesito olvidar un rato, cuando necesito perderme entre música, luces, cuerp
estoy perdiendo el toque, solo no estoy de suerte. Así me abro paso entre la multitud -empujones
l estruendo de la música, mientras me dejo caer pesadamente en el primer asient
local, entre las luces estroboscópicas, los destellos de neón, los
moc
l cristal frío con un movimiento rápido, sin despegar la vista de ella. Y avanzo. El vaso en una mano, la otra en el
, dejando que mi cuerpo roce apenas el suyo, provocándola. Me inclino hacia ell
tu lección? -le susurro al oído, dejando que mi v
za esa mirada desafiante que me prende fuego las entrañas, una mezcla perfecta de orgullo, despre
o la barbilla-. Lamento decepcionarte, pero esta noche no
blorosa al mismo tiempo, me hace sonreír aún más. Me inclino un poco más cerca, mi hom
a, saboreando cada palabra, como si el simple
a, pero no se aleja del todo; sostiene su vaso de tequila con una mano tensa, mientras con la otra se aparta un mechón de cabe
do lo justo para delatar que no
re en mi garganta mientras doy un sorbo lento
e, con un esfuerzo casi visible en
o un s
a y apoyándome en ella con los codos, acercándome
la descolocara. Después se da vuelta lentamente, enfrentá
do una ceja, como si no cr
partarme un milímetro,
olo eso quiero..
ción se agita apenas, mientras sus dedos tamborilean nerviosos contra el vaso, mientras su cuerpo t