-Lo harás, te guste o no -ella sacudió su cabeza y lo desafió con la mirada -esto no es un juego y no tienes opción. De lo contrario perderás todo a lo que estás acostumbrada, eso incluye la universidad.
Las palabras de su padre impactaron en ella, viéndose acorralada en una situación que la única persona que saldría perdiendo sería ella. No se veía casada con un hombre al que había detestado desde el momento en que lo conoció. Un petulante francés socio de su padre.
-No puedes hacer esto... -su voz se ahogo y sus ojos se empañaron por las lágrimas que amenazaban por salir, pocas veces se miraban estas reacciones en ella, cuando su corazón estaba ardiendo de dolor.
-Está hecho y no hay marcha atrás -el hombre se levantó de la silla y rodeó el escritorio para posarse detrás de la silueta de su hija, quien permanecía estática en la misma posición, tratando de procesar lo que su madre le había dicho momentos antes de venir a reclamarle a su padre.
«-Esmeralda -luego de dar dos toques en la puerta de su habitación entró, encontrando a su hija sentada sobre la cama con la laptop sobre sus piernas -Necesito hablar contigo.
Ella alzó la mirada y asintió, cerró su laptop y la hizo a un lado prestando absoluta atención sobre su madre.
-Te escucho.
-Verás, la empresa de la familia se está enfrentando a una crisis, no una pequeña sino una grande.
-Padre lo solucionará -contestó con tranquilidad, cuantas veces escuchó lo mismo y él siempre encontraba una solución.
-Estamos en quiebra, Esmeralda. En una semanas los bancos comenzarán a embargar todos nuestros bienes y lo perderemos todo -la voz de su madre se rompió -todo a lo que estamos acostumbradas... lo perderemos. No podrás seguir estudiando y...
-¿Qué? -no pudo evitar alzar la voz -No, tiene que haber una salida, madre.
-La hay, claro que la hay -se recompuso y la miró detenidamente, tornándose demasiado seria para su gusto.
-¿Ves? Padre siempre tiene una solución -rodó sus ojos con fastidio ante el drama de su madre.
-¿Recuerdas al señor Leblanc? -asintió, pocas veces lo había visto en casa y le bastó para detestarlo, era demasiado arrogante y presuntuoso a su parecer. Un hombre altivo, soberbio y todos los sinónimos de egocentrismo.
-Si, ¿qué pasa con él? ¿le prestará el dinero a padre?
-Algo así -hizo una mueca y estiró sus brazos para tomar sus manos entre las suyas -Le dará el dinero a cambio de una una cosa, y esa eres tú.
Esmeralda frunció el ceño y se soltó del agarre de su madre, con su corazón latiendo un poco más de lo normal.
-¿A mi?
-Si, y tu padre a aceptado. Vas a casarte con el señor Leblanc.
-Estás bromeando, ¿cierto? -salió de la cama y la miró incrédula de que sus padres hicieran algo como eso. Pero el silencio de su madre fue suficiente respuesta. -¡No pueden hacer esto! ¡Es mi vida no la de ustedes!
-Es por tu bien, por el de toda la familia.
-Ustedes -la señaló -no están pensando en mí sino en su propio bienestar al que están dispuestos a sacrificarme.
Sacudía su cabeza repetidas veces negándose a creer lo que sus padres querían hacer con su vida. «No, no me voy a casar con ese hombre» se repetía continuamente, no había nadie en el mundo que la doblegara y sus padres no iban a ser los primeros.
-Todos aquí hemos hecho un sacrificio a cambio de la vida llena de lujos que tenemos y a ti no te ha costado absolutamente nada, minimizas el valor de las cosas y sólo buscas lo más caro, te gustan los lujos y no sobrevivirías ni un sólo día en la pobreza -emitió una sonrisa de lado, bastante burlona para el gusto de Esmeralda -harás esto y pagarás por todo lo que te hemos dado, pequeña ingrata»
-Me vendiste -soltó con amargura -como si fuese un objeto. Por Dios, ¡soy tu hija, padre!
El hombre miró con fastidio a la mujer que se asomaba por las puertas del despacho, tenía una actitud desinteresada y se cruzó de brazos al ver la escena.
-Pensé que te encargarías de esto -le dijo a su esposa, quien rodó los ojos en respuesta.
-No tienes el valor de enfrentarme, ¿no es así, padre? -se dió la vuelta para enfrentarlo, no iba a casarse y no le importaba perderlo todo -Eres un cobarde
-Cuida tus palabras, Esmeralda y no olvides con quien hablas.
Ella soltó un bufido y lo miró desdeñosa.
-No voy a casarme, no seré su moneda de oro que los salvará de la ruina.
-Es que la decisión no está en discusión, ¿no puedes entender eso? -la miró con fastidio, harto de tener que lidiar con el mismo asunto desde hace días que se lo comentó a su esposa.
-¡Pues no! -se exaltó -¡No me cabe por la cabeza como un padre le puede hacer esto a su propia hija!
-Es por tu bien, ¡maldita sea! Para sigas estudiando, tengas los lujos a los que estás acostumbrada y no te falte nada en el mundo.
-Excusas baratas para encubrir que quien no quiere perderlo todo eres tú -soltó una risa carente de humor -los odio a ambos, no son dignos que los llame padres.
Soltó esas palabras y salió furiosa del lugar, sintiéndose acorralada, con ganas de estrangular al francés por atreverse a verla como un objeto y pretender tenerla a su lado para exhibirla, para vanagloriarse de la esposa que había comprado.