Se abre el ascensor ya en la elegante oficina, y la rubia de 24 años de edad, con cabellera risada y ojos de color del cielo, esboza una simpática y alegre sonrisa al ver a su adorado papá.
-Papi... No te vi por la mañana en el desayuno, hoy sí que madrugaste.
-Si mi niña, salí más temprano que de costumbre porque tuve una cita muy importante.
Le comentó Adolfo mientras la abrazaba y besaba con mucho amor.
-Ya pronto terminaré mis estudios de administración de empresas y estaré aquí de tiempo completo para apoyarte en todo.
-Lo sé mi amor, espero eso con ansia. Además, tendré dos manos derechas, ya que en algunos días Carlitos por fin regresa de Francia y también él estará por completo aquí.
-Queeé... ¡¿Carlos regresa?! ¡Oh, no lo sabía!
-Cómo... ¿Que no estás en comunicación con tu gran amigo?
-En estos últimos meses se ha ausentado, creo que se debe a su estudio y trabajo. Pero creo que aun así debió decírmelo.
Aún y con algo de enfado por la falta de comunicación de Carlos, Patsy se sintió inmensamente feliz porque volvería a ver al gran amor de su vida. Un amor que ella había sabido ocultar muy bien ante todos.
Carlos Santibáñez, un hombre de 30 años de edad, muy guapo, alto y musculoso, rubio de nacimiento y también de familia muy adinerada. Tenía ya dos años de haberse ido a estudiar a Francia una maestría y un doctorado, muy inteligente el muchacho, con muy firmes y seguras convicciones.
La familia de Carlos y de Patsy eran grandes amigos desde hace muchos años ya. Las niñas De la Garza y Carlos jugaban desde pequeños y por lo tanto Don Adolfo quería a Carlos como un hijo, ya que él sólo había tenido las cuatro hermosas hijas. Y el padre de Carlos, ahora ya viudo, adoraba a esas niñas. Así que la empresa estaba en muy buenas manos, ya que Adolfo De la Garza y René Santibáñez eran socios, y en un futuro quedaría ésta en manos de Patsy y Carlos, puesto que eran como sus padres, muy interesados en la empresa.
Carlos con dos títulos, uno en administración de empresas, y otro en finanzas y economía; y Patsy estaba a punto de graduarse como licenciada en dirección y administración de empresas y mercadotecnia.
Los latidos del corazón de Patsy enviaron a su rostro una sonrisita pícara, la que casi estuvo a punto de delatarla frente a Adolfo.
-Qué sucede... ¿Qué estás pensando?
-Oh, nada papi, recordé que tengo algo por hacer y debo llamar a Cristóbal, uno de mis compañeros de clase. Sabes, tenemos un plan para fin de curso y la llegada de Carlitos me dio una gran idea.
-"Por poco y me descubre, pero esto ya no tendré que ocultarlo por mucho tiempo. En cuanto llegue Carlos le contaremos a todos que nos amamos y podré sentirme tranquila."
En eso llegó Don René muy contento y abrazó a Patsy muy emocionado.
-Mi niña... ¿Ya sabes que vuelve Carlos? ¿Me ayudas a organizar una fiesta?
- ¡Claro que sí tío René, estoy tan feliz como tú! Sólo me dices la fecha exacta y vamos organizándolo todo.
Lo abrazó cariñosamente y le dijo:
-Te quiero mucho tío...
Y se dirigió hacia Adolfo nuevamente abrazándolo y regalándole su sonrisa dulce y amorosa.
-Te quiero papi...
Y Patsy abandonó la oficina aún más feliz que cuando llegó.
Los dos hombres se sonrieron entre sí y se sentaron para hablar de negocios.
Ya en el estacionamiento, Patsy subió a su lujoso auto convertible de color azul metálico y condujo felizmente cantando una canción alegre que escuchaba. Iba absorta en su pensar y sentir.
Y de pronto...
-Oh no... ¡Hombre insensato!
Frenó bruscamente ante un automóvil que quedó frente a ella.
El hombre bajó de su auto muy molesto y se dirigió hacia ella...
- ¡¿Qué le pasa señorita?! ¿Qué no vio el semáforo que se puso en luz roja? ¡¿Pues en qué está pensando?!
Patsy quedó paralizada al ver a aquel hombre tan varonil, moreno, alto, con su barba cerrada y su cabello tan oscuro, que a pesar de la manera como le gritaba le pareció muy guapo, pero a la vez arrogante. Y bueno, ella no se quedaba atrás en cuestión de arrogancia.
Pero reaccionó, estaba muy habituada a hacerlo ante situaciones en las cuales podría exponer sus emociones.
- ¡Es usted un imprudente! ¿Cómo se le ocurre atravesarse cuando yo voy pasando?
Le gritó ella muy cerca en el rostro al hombre.
Éste sonrió muy divertido...
-Ajá, usted se pasa el semáforo en luz roja y yo soy el culpable. Perdón perdón, no vi que la reina iba pasando, debí detenerme en cuanto la vi... disculpe usted su majestad.
Se burlaba él mientras hacía una reverencia.
-Pues no soy ninguna reina, pero sí una persona muy importante e influyente en esta ciudad, usted no sabe con quién está tratando.
-"Pero qué bella mujer".
Pensó Diego.
-"Lástima que sea tan altanera y creída".
-Señorita, usted es quien no sabe conducir ni conoce las reglas de tránsito. Pero está bien no pasó nada, dejémoslo así.
Y él se retiró rápidamente del lugar dejando a Patsy bien enojada, ya que ella era la que debió haberse retirado dejándolo hablando solo tal y como él la dejó.
-"¡Es un estúpido engreído petulante! Afortunadamente no volveré a verlo. Yo seguiré feliz y cantando, no voy a permitir que ningún estúpido me arruine el momento".
Y subió a su lujoso automóvil y lo encendió, aumentó el volumen de la música y continuó con su canto.
Mientras tanto, en un hospital comunitario, Mayra, la mamá de Patsy quien era doctora, muy triste, tapaba el rostro a una de sus pacientes que acababa de morir y se quedó muy pensativa.
-Doctora Mayra... ¿Qué haremos con el bebé? Doctora, doctora...
La enfermera insistió ya que ésta no reaccionaba.
-Qué triste me siento, no pude salvarla. Vamos a ver al bebé.
Y se dirigieron a los cuneros.
Ahí se encontró a Sofí, la mayor de sus hijas, y quien a veces iba a apoyar como voluntaria. Ella cargaba al bebé que había quedado huerfanito.
Sofí era una chica de 26 años, muy dulce y tierna, rubia al igual que Patsy, se parecían mucho a su mamá, pero en cuestión de personalidad eran muy diferentes.
-Sofí, su mamá acaba de morir
Le comentó Mayra muy triste.
Sofí abrazó aún más al bebé y lágrimas asomaron en sus ojos y dijo:
-Pobrecito, con razón lo siento tan fuerte, quien sabe lo que le espera en su vida.