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Gwyneviere es una hechicera que vive en las afueras de la Ciudadela en la tranquilidad de su hogar, haciendo trabajos ocasionales para la nobleza, los altos elfos y la gente del cielo. Se le encomendó la tarea de enseñarle magia a Nimh, una joven huérfana, para poder encauzar sus poderes ya presentes, porque aparentemente es la protagonista de una profecía, que dice que una poderosa hechicera será la perdición del reino. Con lo que no contaba Gwyneviere, era con enamorarse perdidamente de Nimh. El Alto Concejo de Hechiceras, sin embargo, no reveló la segunda parte de la profecía, que involucra a un personaje más... ¿Qué les deparará el destino a Gwyneviere y Nimh? ¿Podrán estar juntas, o la profecía se interpondrá? Además, el mejor amigo de Gwyn, Vandrell, siempre estuvo perdidamente enamorado de ella y nunca se lo ha dicho.
PRÓLOGO
En la antigüedad, el Oráculo habló al elfo escriba y él oyó atentamente. Hubo otros antes que él, y vendrían otros después, pero él oyó específicamente esta profecía, como otros oyeron otras.
El Nigromante, hijo de un elfo, y de una hechicera humana, se convertiría en una persona peligrosa para los reinos y reclutaría a una joven huérfana para cumplir su cometido. La joven sería una poderosa hechicera, con o sin ayuda del Nigromante, y él le enseñaría magia negra.
El elfo oyó lo que el Oráculo tenía para decir y sólo dejó registro para las generaciones venideras. No era su rol entrometerse.
-PARTE I -
CAPÍTULO 1
Un mensajero despertó a Gwyneviere en medio de la noche, golpeando fuertemente la puerta de entrada. Gwyneviere no se sobresaltó porque, de hecho, estaba acostumbrada a llamadas a deshoras. Se sentó en la cama, respiró profundamente y se levantó, para finalmente tomar su capa, ponerla sobre sus hombros y abrir la puerta. Las noticias no eran buenas. Un cuervo había llegado del poblado vecino y el mensajero había cabalgado rápidamente hacia ella en busca de ayuda. Si bien ella era siempre la primera opción cuando la realeza quería resolver algún problema, ella nunca había aceptado vivir dentro de la Ciudadela como se lo habían pedido (para tenerla más cerca, en caso de una urgencia), y prefería la tranquilidad de su casa, en las afueras.
Cerrando la puerta tras de sí, se preparó para visitar Wosnugg, un pueblo cercano. Se colocó bien la capa, pasando los brazos por las mangas y dejando caer su largo cabello oscuro por encima. Respiró el aire de la noche con los ojos cerrados y dejó que la luz de la luna la penetrara. Levantó sus manos abiertas a la altura de su pecho y abrió un portal, el cual atravesó rápidamente, antes de que se cerrara.
El panorama no era bueno. Estirges llenaban el cielo de la noche estrellada sobrevolando las casitas del pueblo. Los habitantes del pueblo estarían aterrorizados, y en cualquier momento las estirges se abrirían paso para anidar dentro de las casas y los establos. En el suelo, podía ver el cuerpo sin vida de algunas cabras y más allá una estirge se alimentaba de un gran semental. Sus alas inmensas cubrían su cuerpo mientras lo hacía, y sus garras aseguraban su presa, mientras succionaba toda la sangre que podía con sus colmillos, extasiado, hasta la última gota. No se percataría de la presencia de Gwyneviere mientras se alimentara, por lo que se dispuso a trabajar.
Gwyneviere echó una mirada rápida alrededor. Divisó una pequeña hoguera que había quedado encendida y decidió usarla. Concentró toda la energía en hacer crecer ese fuego, con ayuda del aire, y dirigirlo al cielo, donde las estirges sobrevolaban las casas en busca de presas.
La enorme bola de fuego golpeó las estirges, que chillaron adoloridas y los gritos agudos resonaron fuertemente en la noche. Eran ensordecedores. Ésta era la parte que más odiaba: ir en contra de la propia naturaleza de ciertas bestias, que solo buscaban alimentarse, y en cierto modo eran inocentes. Las estaba asesinando, para salvar otras vidas.
Las estirges cayeron chamuscadas al suelo y ahora sólo le faltaba encargarse de las que seguían succionando las vidas del ganado, los caballos y perros, que estaban por todas las calles del pueblo. Pero antes se tomó el trabajo de controlar con su magia un poco de tierra del suelo para apagar los incendios de las estirges que habían caído del cielo, para que no se convirtieran en incendios mayores, y quemaran las casas. Sólo dejó un pequeño fuego, para poder controlarlo, ya que no podría generar uno de la nada, y se ayudó de él para aniquilar lo que quedaba de las estirges.
Cuando todo hubo terminado, exhausta, se aseguró de que no hubiera ningún fuego vivo, abrió un portal y se dirigió a su pueblo. Envió un cuervo para notificar que había resuelto el problema y luego de eso, caminó a su casa, entró en ella, se quitó las ropas y se desplomó en la cama.
***
Se despertó pasado el mediodía con olor a humo en el cabello por lo que decidió ir a tomar un baño en el lago de Brynn, y así aprovechar el paseo para recargar energías. Antes, rebuscó en la repisa algunos aceites para lavar su cabello y los echó en su bolsa, junto con una muda de ropa y una capa limpia.
Salió sin prisa. Ese era el beneficio de vivir sola y tener ese trabajo. No deseaba compañía, pero sí extrañaba muchísimo a su madre, que había fallecido hacía años atrás.
Disfrutó del paseo, caminando debajo de los árboles, y cuando llegó al lago, se desnudó, entró al agua y se tomó su tiempo para quitarse la tierra y las cenizas del cabello, para luego enjuagarlo con los aceites y descansar un largo rato sentada en las rocas.
De camino de regreso, pasó por la Ciudadela, para comprar algunas pociones y medicinas (siempre útiles en su trabajo) en la tienda de Vandrell, quien provenía de una renombrada familia de alquimistas, y buen amigo suyo. Se conocían hacía muchos años a través de sus padres, quienes los habían puesto a jugar desde pequeños, dada la poca diferencia de edad. Vandrell, incluso, podría decirse que deseaba ser más que amigo de Gwyneviere.
-Hola Gwyn, además de lo que siempre llevas, te preparé algo especial para ti. Luego me dices si funciona bien. Un elixir un poco más efectivo para curar heridas. Pruébalo.
Vandrell le entrega un paquete lleno de frascos de vidrio, que Gwyneviere coloca dentro de su bolsa.
-Gracias.
-No hay por qué -responde, guiñandole un ojo y ofreciéndole una sonrisa.
Vandrell era un chico de unos veintisiete años, alto, delgado y de cabellos castaños. Su padre también había sido alquimista, y el padre de su padre también, aunque Vandrell había estudiado ciencias en los colegios más prominentes de la Ciudadela e incluso había tenido un tutor de Skyelig.
-Te veré luego -dijo Gwyneviere, encaminándose a la puerta de la tienda.
Al salir de allí, se topó con el mensajero que la había visitado durante la noche.
-¡Allí estás! -le dijo, tomándola del brazo y arrastrándola consigo-, te he estado buscando. Tienes que cobrar por tu trabajo de anoche y, además, el Concejo quiere hablar contigo.
-Oye, ¿el reino sólo tiene un mensajero?
Gwyneviere desconcertada miró hacia atrás, a Vandrell, a quien podía ver por la puerta abierta de su tienda. Vandrell se encogió de hombros y sonrió, haciéndole un ademán para que siga al mensajero. Gwyneviere puso los ojos en blanco.
El Concejo, estaba conformado por hechiceras de renombre de todos los reinos, que se reunían para tomar decisiones importantes, analizar y transcribir textos antiguos del élfico e interpretar profecías. Esperaban grandes cosas de Gwyneviere, quien siempre había sido muy talentosa, y la magia había sido fuerte en su familia.
El mensajero la condujo hasta la torrecilla donde se reunía el Concejo, y una vez en la puerta de la sala sacó de uno de sus bolsillos una bolsita tintineante y se la entregó.
-Tu paga -le dijo, poniendo la bolsita en sus manos.
-Así que tuviste las monedas siempre contigo -contestó Gwyneviere amenazante, entrecerrando los ojos-. Sabes, nunca me has dicho tu nombre.
-Es Cyrus. ¡Adiós! -respondió escabulléndose entre los pasillos rápidamente para no enfrentar la ira de Gwyneviere, sabiendo que no le gustaba nada que la condujeran a las reuniones del Concejo. La aburrían sobremanera.
-Maldito Cyrus.
Una anciana hechicera se asomó por la puerta entreabierta y la invitó a entrar.
-¡Ah! Aquí estás finalmente, querida. Pasa, pasa. Te estábamos esperando para comenzar.
-Buenas tardes, Decana Imelda, ¿cómo se encuentra hoy?
-Bien, querida. Toma asiento. Tenemos serios asuntos que discutir esta tarde -Imelda, acomodando su capa, se sentó a la mesa, donde ya estaban las otras nueve hechiceras esperando en sus respectivos lugares -Hace tiempo este Concejo interpretó una profecía, sobre una hechicera que incursionaría en magia negra... Creemos haber localizado a esa hechicera según las fases lunares que se han sucedido desde la profecía hasta el día de hoy, aunque nada es muy certero por lo que tenemos que proceder con cautela. Esta joven vive bajo el cuidado de las sacerdotisas del Templo de la Luna de Vaahldar, pues no se conoce su origen y ellas la han criado. Ha demostrado cualidades mágicas desde muy pequeña dándole unos grandes sustos a las pobres sacerdotisas y mucho trabajo, pero es una buena niña, y muy servicial. Nos hemos enviado muchos cuervos con las sacerdotisas de Vaahldar, y ya es momento de tomar las riendas del asunto. La niña ya tiene unos diecisiete años. Por eso, para esa tarea convoqué en el día de hoy a la hechicera aquí presente: Gwyneviere. Su bisabuela nos llenó de orgullo siendo miembro de este Concejo, y sabemos que ella va a honrar su memoria aceptando esta tarea.
Gwyneviere abrió grandes los ojos como única respuesta. Después de un momento sin que nadie dijera nada, Gwyneviere abrió la boca, con ganas de refutar aquella propuesta, pero Imelda se apresuró a continuar.
-La niña en cuestión se llama Nimh. Este Concejo ya sopesó las opciones y lo más humanitario es que Gwyneviere la entrene como su tutora, en caso de que estemos equivocadas de persona y no sea ella la protagonista de la profecía. En caso de que Gwyneviere comience a notar inclinaciones hacia la magia oscura, proponemos dar fin de inmediato a la vida de la jovencita y poner en conocimiento a este Concejo.
-Pero Decana Imelda -contestó Gwyneviere-, esto no suele estar entre los trabajos que se me asignan, podríamos pedirle a otra hechicera, de otro reino quizá. Además, tendría que arreglar algunos asuntos con...
-Ya está decidido Gwyneviere. Comienzas hoy mismo. Esta niña necesita una tutora para encauzar sus poderes y confiamos en ti para que lo hagas. Conoces la ubicación del Templo de la Luna de Vaahldar, por lo que te sugiero que te pongas en marcha si quieres llegar antes del anochecer -dijo Imelda, entregándole un pergamino enrollado-. Tu carta de presentación.
-Sí, señora Decana.
-Y ahora este Concejo tiene que deliberar otros asuntos que atañen a los nueve reinos. Esperamos tus informes de forma periódica.
Gwyneviere se levantó de su silla bufando con el pergamino en la mano, y salió de la sala sin hacer contacto visual con nadie más.
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Danna era una joven de 20 años con una belleza natural y unos hermosos ojos de múltiples colores. Era dulce y tierna, fue criada por una pareja de omegas, y su vida era tranquila hasta que conoció a su mate. Eros era el alfa de la manada azul. A sus 30 años, era un hombre arrogante, frío y calculador. Tenía una novia que no era su mate, Lamia, una joven alfa de sangre pura que debía marcar para ser la Luna de la manada y forjar alianzas. El día de la proclamación para ser Eros el gran alfa de alfas de las tierras bajas del extremo sur de Alaska, le llegó un olor delicioso que se colaba por sus fosas nasales, descontrolándolo. Él buscó la procedencia hasta que vio a Danna; sus miradas se cruzaron y Eros se enfureció al ver su aspecto de omega. Ella, al ver la expresión en su mirada, supo que su vida iba a ser desdichada desde ese momento. Danna fue llevada a la mansión del alfa, y Eros no sabía qué hacer con su mate, pues, para el bien de la manada, debía tener a su lado una Luna alfa de sangre pura y no una débil omega. Ella entró en celos y él sucumbió a la tentación; tres días pasaron llenos de pasión y Eros la marcó. Un día, Danna fue acusada de lastimar a Lamia; Eros, enfurecido, decidió obedecer a los viejos lobos; esa misma noche marcó a Lamia. Danna sufrió un dolor fuerte en su marca, sentía que la quemaba, el dolor era insoportable. Allí descubrió que fue traicionada por su mate. Ella, dolida, trató de irse, pero él la dejó encerrada y pretendía tenerla de amante. En medio de su dolor, ella descubrió que estaba embarazada y que dentro de la mansión tenía enemigos. Una noche logró escaparse, pero los lobos rastreadores la persiguieron incansablemente. Sin embargo, con la ayuda de la diosa Selene, unos lobos sin humanidad la encontraron y la protegieron, llevándola a la región más fría del país. Otros lobos exiliados, al darse cuenta del poder que Danna ejercía sobre las bestias salvajes, la proclamaron reina, y su reinado trajo consigo la prosperidad a esas tierras. Mientras tanto, en las tierras del sur, parecía que una maldición había caído sobre ellas. La fertilidad se esfumó y los árboles dejaron de florecer. Cinco años después, la guerra por tierras con los humanos comenzó. Eurides, madre de Eros, solicitó la ayuda de la gran reina de las tierras del norte. Danna regresó para cobrar venganza a las personas que hicieron su vida desdichada en la manada azul, mientras que su hija Eos tenía una misión encomendada por la diosa Selene. ¿Qué hará Eros para recuperar a su mate? ¿Podría el odio y el resentimiento de Danna destruir al padre de su hija?
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