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"Madre, no necesitas eso", dijo Luis Carlos, sosteniendo la olla de pastel de maíz que su madre le había preparado. - Come antes de misa, hijo mío. es muy delgado Doña Zélia le dio un golpecito en el hombro. Luís Carlos sonrió mientras bajaba las escaleras de mosaico de la vieja casa. Se despidió de su madre con un abrazo, venía a verla casi todos los días, no porque no pudiera alejarse de ella, sino porque su madre no podía alejarse de él. Luís Carlos no era el único hijo, estaba Gabriel, que era peón en una fnca cercana, pero era el menor y por ende el más mimado por ella. Su Beetle amarillo estaba estacionado frente a la casa, y después de despedirse de su madre, entró. Pronto se dirigía hacia la iglesia, pasando por caminos de terracería, donde tuvo que cerrar las ventanas por el polvo. Encendió la vieja radio, sintonizó una estación local, que estaba tocando una vieja melodía country, y tarareó, tamborileando con los dedos sobre el volante. Encontró a un hombre con una azada en la espalda y lo saludó mientras aceleraba el auto para llegar antes del almuerzo. Con la gracia de Dios logró llegar a las once y media de la mañana, se bajó del auto, al lado de la iglesia, cargando el bote de torta, y saludando a algunos de los feles que estaban allí para rezar. Fue a su dormitorio y se sentó en una silla frente al espejo de la pared, se quedó mirando el refejo muy serio. Hacía esto todos los días, se enfrentaba a sí mismo, refexionaba sobre quién era y qué había elegido, y la respuesta era siempre la misma, no cabía duda de que había elegido la correcta. Hizo una oración rápida , pidiéndole a Dios que lo guiara a través de los caminos turbulentos. - Padre, le traje su almuerzo. - Era doña Cecília, la señora que lo cuidó mientras estuvo en la Capilla. -Otro día aquí, tía Cecília. Él tomó la lonchera de ella y sonrió. La señora, de unos sesenta años, sonreía ampliamente, su cabello blanco contrastaba con su piel oscura, con las marcas del tiempo grabadas en su rostro. Ella era una buena persona, vivía sola cerca y cocinaba para el cura todos los días, porque insistía en que él comiera su comida y que estuviera bien alimentado. Podía cocinar su propia comida, había una estufa y un fregadero en el cuartito detrás de la iglesia, y podía preparar algo, pero doña Cecília no se lo permitía, ella misma quería el privilegio de prepararle un plato hermoso. - ¿Por qué esa mirada triste, hijo mío? quiso saber, apoyándose contra la puerta. Él la miró sin comprender. - No estoy triste, tía. Estoy cansado. Pasé la mañana rezando por el alma del difunto Tião", dijo, dejando su lonchera sobre la mesita. "Rezar demasiado es malo, chico. Escucha a tu tía. La mujer miró el reloj en su muñeca y recordó algo que tenía que hacer. "Voy a necesitar que me llames". - Gracias. - Luís Carlos cerró la puerta cuando ella salió y se fue comer, pensando en muchas cosas. Lo había inventado los últimos días, pensando demasiado. Era el segundo día de clases y María Rita ya se había acostumbrado a los niños, eran todos adorables, diferentes a los demás que había enseñado en la capital, tenían una mirada pura y sin malicia. Había llegado a Campos Santos hacía una semana para vivir con su madre y desde que dejó el pequeño pueblo hace cinco años para estudiar magisterio y convertirse en maestra, no había regresado allí. Su madre la había visitado dos veces en la capital, pero se contentaba con vivir sola, pasando el rato con su compañera de cuarto de la universidad. No fueron días fáciles, le tocó vivir con una depresión que la embargaba y la consumía de tristeza, pero ella misma decía que había encontrado fuerza en Dios y solo así podría luchar contra tanta tristeza. Era una mujer de fe y en sus veinticuatro años nunca había dudado ni un segundo de que Él existía. - Traigan el libro de matemáticas mañana - advirtió a todos y recibió varias quejas, lo que la hizo reír. Cuando todos los niños estaban fuera de la habitación, se encontró sola y pensó que podía aprovechar su descanso de esa tarde para ir a misa, ya que hacía mucho tiempo que no iba a la casa del Señor. Recogió su material en su maletín y se dispuso a ir a casa de su madre, que no quedaba muy lejos. La vida era diferente en ese pequeño pueblo, todo parecía ir más lento y a María Rita le gustaba eso, nunca se acostumbró a la vida agitada de la gran ciudad. Ella era una chica de campo.