Las luces de la ciudad titilaban a lo lejos, pero para Ana, todo parecía borroso y distante. Había tenido suficiente de su madre, Margarita Cordero, quien había diseñado cada aspecto de su vida, desde su educación hasta su futuro matrimonio. "Una buena hija nunca desafía a su madre", le decía siempre. Pero hoy, Ana no quería ser la buena hija. Hoy, quería ser libre.
De repente, escuchó unos pasos detrás de ella. Al principio pensó que era su mente jugando trucos, pero los pasos se hicieron más cercanos, más rápidos. Ana miró por encima del hombro, pero no vio a nadie, solo sombras moviéndose en la oscuridad. Aceleró el paso, sintiendo una ligera incomodidad que se transformó en una punzada de miedo.
- ¡Alto! -gritó una voz rasposa desde detrás de ella.
Antes de que pudiera reaccionar, una figura emergió de las sombras, un hombre de complexión media, vestido con ropa oscura y desaliñada. La expresión en su rostro era feroz, y en su mano llevaba un cuchillo, su brillo reflejando las luces de la calle.
- Dame tu bolso, y no te haré daño. -Su voz sonaba amenazante, pero con algo de desesperación.
Ana retrocedió, sintiendo cómo su corazón aceleraba. En sus ojos se reflejaba el pánico, pero no podía dejar que se apoderara de ella. Era su oportunidad para tomar el control de la situación. Con un movimiento rápido, intentó correr, pero el hombre la alcanzó, sujetándola del brazo con fuerza.
- No hagas ruido, y todo estará bien -dijo él, apretando su agarre.
El miedo comenzó a apoderarse de ella, pero en ese momento, algo inesperado ocurrió. Una figura apareció de repente, saliendo de las sombras a gran velocidad. Era otro hombre, de cabellera oscura y mirada intensa. En un instante, se acercó al atacante, lo empujó con toda su fuerza y lo desarmó. El cuchillo cayó al suelo con un ruido sordo.
- ¡Suéltala! -gritó el hombre, sujetando al agresor por el cuello y empujándolo contra la pared de un edificio cercano.
El asaltante intentó resistirse, pero el hombre lo inmovilizó con facilidad. Ana, temblando de miedo, observaba la escena sin saber qué hacer. En ese instante, el hombre que la había salvado la miró, sus ojos intensos pero tranquilos, como si todo fuera solo un juego. Sin decir una palabra más, el asaltante fue dejado en el suelo, completamente derrotado, mientras el héroe de la noche se giraba hacia Ana.
- ¿Estás bien? -preguntó, acercándose a ella.
Ana no podía creer lo que acababa de suceder. Estaba a punto de decir algo, pero las palabras se le atascaban en la garganta. Finalmente, asintió, con la respiración entrecortada.
- Sí, pero... ¿quién eres? -preguntó, aún con los ojos grandes de sorpresa.
El hombre no respondió de inmediato. En su rostro, se reflejaba algo como si estuviera evaluando la situación, como si no supiera qué decirle a una mujer que claramente provenía de un mundo muy diferente al suyo. Tras unos segundos de silencio, habló.
- Mi nombre es Lorenzo. -dijo simplemente, tendiéndole la mano-. No te preocupes. Ese tipo no va a molestarte más.
Ana miró su mano con incertidumbre. Lorenzo estaba sucio, desaliñado, y sus ropas eran evidentes signos de que vivía en la calle. Sin embargo, algo en su presencia la hizo sentirse segura. ¿Cómo podía confiar en él, alguien tan ajeno a su mundo, tan diferente?
- ¿Por qué lo hiciste? -preguntó ella, mirándolo fijamente. No podía entender qué lo había llevado a intervenir en su defensa.
Lorenzo dio un pequeño encogimiento de hombros, casi como si lo que acababa de hacer no tuviera importancia.
- No pude quedarme de brazos cruzados, no cuando vi lo que te iba a pasar. -respondió con una calma desconcertante.
Ana lo miró por un largo momento, sin saber qué pensar. Estaba a punto de decir algo más, cuando un sonido lejano la hizo tensarse. Los sirenas de la policía comenzaron a sonar en la distancia, y en un parpadeo, Lorenzo la miró.
- Es mejor que te vayas. -dijo rápidamente, tomando su brazo con delicadeza y guiándola hacia una esquina oscura donde podrían esconderse.
Ana lo siguió, pero no podía dejar de pensar en lo que acababa de ocurrir. Su corazón aún latía a toda velocidad, pero había algo en Lorenzo que la hacía sentirse inexplicablemente protegida. Un hombre tan diferente a todos los de su mundo, tan alejado de su realidad, pero tan cercano en esencia.
- ¿Por qué me ayudaste? -preguntó finalmente, con una mirada profunda.
Lorenzo la miró en silencio durante un momento, sus ojos reflejando una mezcla de tristeza y determinación.
- Porque... -comenzó, titubeando por primera vez- no podía dejar que alguien sufriera por algo que pude evitar.
Ana lo observó, su mente dando vueltas a lo que acababa de escuchar. Lorenzo no era el tipo de hombre que su madre, Margarita Cordero, habría aprobado. Era un desconocido, un hombre sin dinero, sin estatus. Pero algo en él la había cautivado, algo que no podía explicar.
El ruido de las sirenas se acercaba más, y Lorenzo la empujó suavemente hacia un callejón aún más oscuro.
- Debes irte antes de que lleguen. -dijo, con una seriedad en su voz que sorprendió a Ana.
Ella lo miró con intensidad, sintiendo una sensación extraña en el pecho, como si la vida la estuviera empujando hacia un nuevo destino. Sabía que lo que acababa de ocurrir cambiaría su vida para siempre.
- Gracias, Lorenzo. -dijo finalmente, antes de desaparecer en la oscuridad de la noche, sabiendo que, de alguna manera, su destino estaba ahora irrevocablemente entrelazado con el de este hombre.