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El día de mi boda, estaba radiante, vestida con el traje blanco que había soñado desde niña. Pero mi prometido, Ricardo, no estaba. Tampoco mi familia. Ni mi madre, Elena, ni mi padre, Jorge, ni mi hermano Mateo. Mientras esperaba, sola en una iglesia casi vacía, mi mundo se desmoronó con una foto en Instagram: toda mi familia sonriendo en el aeropuerto, recibiendo a Valentina, mi hermana adoptiva, y Ricardo con ellos, radiante. Me sentí como un mueble olvidado, una decoración prescindible en sus vidas. El teléfono de Ricardo sonó, y escuché la voz alegre de Valentina de fondo: "¡Ay, qué emoción! ¡No puedo creer que esté de vuelta!" . Luego, él, con una voz evasiva y culpable, me dijo: "Surgió algo. Valentina llegó de sorpresa. Tú eres fuerte, Sofía, tú entiendes". ¿Entender que me dejaste plantada en el altar por ella? Mi padre, Jorge, incluso me dio una bofetada por atreverme a decir la verdad: Valentina es una manipuladora y no tiene asma. Nadie me defendió. Lo que no sabían es que su traición no me iba a destruir. Al contrario, me iba a liberar. Cogí mi maleta, decidida a dejar atrás un pasado que nunca me valoró, para construir mi propio futuro lejos de ellos, como la única chef que realmente importaba: Chef Sofía.