sonó. Escuché el sonido metálico de una llave gi
l dueño del lugar, con mi madre
su tono era autoritario, como si yo fue
os. No me moví. Los miré entrar, sus rostros serios, como si
í?", pregunté c
. Estamos preocupados", dijo mi madre, Elena, aunque
do de novia, que seguía en el suelo donde lo había dejado. Hizo una mueca de de
de que pudie
e detuvo en la última página. "¿'Desilusión número 100'? ¿Qué es es
la incapacidad de ver el dolor documentado en e
teo", dije, mi vo
radable. "No puedo creerlo. Cien
la página. La arrugó en una bola apretada y l
ortarte como una
de dolor, tratada como basura. No sentí nada. Era como si e
z. Su voz era grave, siempre sonaba razonable, pero sus palabras eran igual de cruel
que Valentina había dejado en
re, "podrías ir a casa y prepararle algo de comer.
lación del día anterior, correría a cocinar para la persona que la había causado.
e fuera a buscar la maleta. En lugar de eso, abrí mi propio clóset y saqué mi mal
ndo?", preguntó M
suave, casi un susurro. "V
blarla cuidadosamente, metiéndola en la
s rostros. Esperaban gritos, lágrimas, reproches. Mi calma los desconce
su voz teñida de una incipiente ansiedad. "¿Qué
enciosa. Cada prenda doblada era un adiós. Cad
buscar la maleta de tu hermana", o
cesidad de su aprobación. Vi en su rostro la arrogancia de siempre, pero también una nueva e incómoda incertidumbr
lguna razón,