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Siempre llegaba a casa de Mateo unos minutos antes de lo acordado para las clases de cálculo. El olor a café recién molido de la cafetería de sus padres era mi consuelo, el aroma de mi infancia y de todas nuestras tardes de estudio. Pero esta vez, al acercarme a su puerta, escuché una risita ahogada que no era la suya, y susurros que delataban una historia muy diferente a las derivadas. Mateo no me estaba esperando para estudiar, sino que estaba enfrascado en otro tipo de "clase" con Valentina, la nueva chica de intercambio. Mi primer pensamiento no fue de celos, sino de puro fastidio. Había un examen importante el lunes, y cada minuto de tutoría, por el que cobraba, era crucial. Cuando la puerta se abrió y Mateo apareció despeinado y rojo, con Valentina sonriendo triunfante detrás de él, la escena fue clara. "¡Sofía! ¿Qué... qué haces aquí?" Valentina me lanzó una sonrisa dulcemente venenosa, como si no acabara de salir de una situación comprometedora. "Hola, Mateo. Llevamos quince minutos de retraso para la clase de cálculo. El tiempo sigue corriendo, ¿sabes?" Esperaban una escena de drama y lágrimas. Pero no les di el gusto. Mientras Mateo balbuceaba y Valentina fruncía el ceño ante mi falta de emoción, una idea se cernía en mi mente. Si ellos ya me habían asignado el papel de la villana en esta historia, al menos me aseguraría de sacarle provecho.