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Ricardo "Rico" Mendoza, heredero del imperio culinario, creía que su novia Sofía era el ingrediente secreto de su vida. Le había perdonado incontables veces sus ausencias por "juntas de negocios" o "oportunidades de modelaje" en Cancún. Pero esa noche, el perdón se agotó cuando los descubrió. A ella, con mi primo Miguel, en mi propia casa, en la biblioteca de mi abuelo. No solo estaban juntos, sino que planeaban cómo despojarme de mis restaurantes como si ya fueran suyos. "Rico es demasiado sentimental" , dijo Miguel, sirviéndose de mi tequila, "Necesitamos vender la sucursal de Polanco para tu línea de moda, Sofí" . "Él nunca lo aceptará" , respondió ella, con fastidio, "Sigue apegado a esas recetas viejas de su abuela" . Cuando entré, el silencio fue total, pero Sofía rápidamente se recompuso, intentando abrazarme. "Mi amor, qué bueno que llegas, Miguel y yo estábamos..." , dijo. "Sé exactamente lo que estaban haciendo" , la interrumpí, mi voz helada. "Estaban repartiéndose mi vida" . Luego, en un intento desesperado, Sofía lanzó su última y más cruel jugada: "¿Y qué pasará con nuestro bebé?" . Miré su vientre plano, y un mareo me invadió. La manipulación era descarada. En ese instante de distracción, Miguel se movió y sentí una presión fría y aguda. Uno de mis cuchillos de chef sobresalía de mi costado. Sofía gritó, pero no había horror, solo molestia. Caí de rodillas. Mientras la sangre formaba un charco, los miré. No había amor ni preocupación, solo la inconveniencia de mi cuerpo sangrando en su camino. La traición me ahogaba, pero una decisión floreció, clara y afilada como el cuchillo en mi costado. Se acabó. Esta vez, para siempre.