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El temporizador sonó, y ahí estaba: dos líneas rosas. ¡Iba a ser mamá! Tomé mi teléfono para contárselo a mi Mateo, mi esposo, el amor de mi vida. Pero una notificación, un video de un número desconocido, me detuvo. Lo reproduje, esperando un chistorete. La imagen borrosa de Mateo en un bar ruidoso, riendo a carcajadas con una cerveza. Luego, sus palabras: "¿Sofía? La rutina mata todo, ¿sabes? A veces parece que ya no la amo tanto como antes" . Mi mundo se desmoronó. Mi felicidad se evaporó, reemplazada por un frío que me caló hasta los huesos. ¿Quién envió esto? ¿Por qué? Lo vi una y otra vez, esperando que el significado cambiara, que hubiera entendido mal. Pero no, la frase se repetía en mi cabeza como un eco infernal. Con las manos temblorosas, abrí Instagram: Mateo, sonriendo con una tal Ximena, su "colega" , la misma que comentaba en nuestras fotos, ¡" #RelationshipGoals" ! La hipocresía me golpeó como una bofetada. Esperé a Mateo, le mostré el video. Su sonrisa se desvaneció, no por culpa, sino por fastidio. "Fue una broma, Sofía. Estábamos tomando, no significó nada. No exageres" . Al día siguiente, en la cafetería, lo vi con ella. Juntos. Riendo. Él la protegía, y el perfume de ella, ese que negaba, ahora lo inundaba. "¿Desde cuándo?" , le espeté. Ximena, la hipócrita, sonreía, mientras yo, rota, gritaba: "¿Te acuestas con ella y yo soy la que te avergüenza?" . En mi rabia, mi bolso cayó, revelando... la caja de la prueba de embarazo. Mateo me empujó, y caí. Un dolor agudo me atravesó. Mucha sangre. Estaba perdiendo a nuestro bebé. Mi resentimiento, al ver la crueldad de Ximena hacia un indefenso gatito callejero, se transformó en una determinación inquebrantable. En el hospital, con el doctor Alejandro Díaz consolándome, Mateo admitió que él me había empujado. Entonces, mi voz, clara y firme como nunca, anunció: "Quiero el divorcio, Mateo" . La frase selló mi libertad.