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El correo electrónico llegó a las 9:15 a.m., anunciando una "reestructuración" . Sofía, la ingeniera estrella que había salvado a la empresa con su proyecto "Prometeo", sintió un nudo en el estómago. La encontró, la palabra que lo cambió todo: "Asistente". De líder de proyecto a asistente, era una humillación pública y deliberada. Sus compañeros susurraban, sus miradas cargadas de lástima. Para colmo, la nueva directora era Luciana Torres, la hija mimada del dueño, una chica sin interés en la tecnología. La rabia la devoró por dentro. Se levantó de su silla, decidida. No iba a aceptar esto. Al confrontar al Sr. Torres, él la minimizó, justificando la incompetencia de su hija, mientras Luciana se burlaba. "¿Asistenta? ¡Me están degradando a ser la niñera de su hija!", Sofía replicó, indignada. Luciana la amenazó: "O tomas el puesto o te vas, y créeme, no encontrarás trabajo ni para servir café". En un acto de desafío, Sofía se quitó su gafete y lo tiró sobre el escritorio del Sr. Torres. "¡Entonces me voy!", declaró. Salió de la oficina con la cabeza en alto, ignorando las miradas de sus ahora excompañeros. Cuando llegó a su coche, el temblor la invadió. Necesitaba a Mateo, su novio. Le escribió un mensaje: "Acabo de renunciar, fue horrible, ¿podemos vernos?". La respuesta llegó, seca y cruel: "Sofía, terminamos. Buena suerte". Luego, la bloqueó. Su mundo se derrumbó por completo. Esa misma noche, al abrir Instagram, el golpe final: Luciana sonreía en una foto abrazando a Mateo. "Celebrando nuevos comienzos con mi amor", decía la leyenda. Mateo no solo la había abandonado, la había traicionado con la hija del dueño. ¡Qué patéticos! Eran tan predecibles. El dolor se transformó en una rabia helada, pero también en una calma inesperada. No iba a desaparecer. Iba a demostrarles de qué estaba hecha. Tenía un plan. Un as bajo la manga, algo que cambiaría todo.