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Me llamo Lina. Hace tres años, salvé a Máximo Castillo, el hombre que amaba, y lo ayudé a convertirse en el líder más formidable de la región. Pero recién parida, débil en mi cama, recibí la noticia más devastadora: Máximo había ordenado la masacre de mi pueblo entero, setenta y dos curanderos, mi familia, bañando con su sangre las buganvillas de su hacienda. Yolanda, la hermana de su difunta prometida y ahora su amante, con una sonrisa triunfante, reveló que la sangre de mi propio hijo no nacido había sido usada para hacer las flores más rojas, para honrar el espíritu de su hermana. Mi corazón se hizo pedazos al comprender la magnitud de su crueldad y la profundidad de su traición, una injusticia que me ahogaba más que cualquier dolor físico. Con mi gente profanada y mi hijo arrebatado, el amor se convirtió en hielo y juro que, de las cenizas de mi desesperación, renaceré para llevar a mis ancestros a su tierra sagrada y encontrar un camino para mí.