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El aire de la clínica olía a desinfectante, el mismo que ahora impregnaba mi futuro. El médico, con la voz carente de emoción, pronunció la sentencia: "Enfermedad degenerativa de las articulaciones. Terminal". Salí aturdida, con el informe arrugado en la mano, solo para ser asaltada por los flashes y las acusaciones de la prensa: "¿Aborto secreto? ¿Quién es el padre? ¿Mateo Vargas?". Los titulares explotaron: "La bailarina Sofía, vista demacrada. ¿Aborto para un amante rico?". Mientras mi vida se desmoronaba, una noticia remató la humillación: mi sueño, la obra Carmen Descalza para la que había ensayado un año, sería patrocinada por las Bodegas Vargas de Mateo, y su nueva novia, Isabella, ¡era la nueva protagonista! En los ensayos, Isabella se dedicó a agredirme, pisoteándome, golpeándome, cada vez con mayor crueldad, mientras Mateo, el hombre que me había prometido el mundo, me observaba impasible. Cuando Isabella destrozó el abanico de nácar que mi abuela me había dado en su lecho de muerte, Mateo solo ofreció pagarme, como si mi alma pudiera tasarse en dinero. Días después, Carmen me reveló la verdad: no fue Mateo quien me traicionó, sino su madre, quien nos separó con mentiras, manipulando a Mateo y obligándome a elegir entre mi familia y él. Y ahora, tras esa brutal mentira que destrozó mi vida y la pública humillación, después de que Mateo me llamara "sucia y rota" y borrara por completo nuestro pasado, solo me quedaba un último acto. Decidí que en esta vida, mi única promesa sería conmigo misma, y me embarqué en un viaje de ida hacia el frío y la oscuridad del norte.