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Mi abuelo se desplomó, y el diagnóstico fue devastador: necesitaba un trasplante urgente pero inalcanzable. Mi prometido, Javier, un magnate taurino, me negó la dote para salvarlo, y dos días después, lo vi en la portada de una revista, sonriendo junto a mi vieja rival, Elena, la estrella del flamenco. Justo cuando mi mundo se desmoronaba en el hospital, Mateo, mi amigo de la infancia, apareció como un ancla, ofreciéndolo todo a cambio de un matrimonio sin amor. Mi abuelo, el hombre que me crio, murió en mis brazos, y en mi dolor y gratitud ciega, acepté vivir en la jaula de oro que Mateo construyó, creyendo que su generosidad era un milagro. Cinco años después, la música de una fiesta en nuestra bodega se ahogó cuando escuché la verdad de su propia boca: la muerte de mi abuelo no fue un rechazo, sino un corazón desviado por Mateo para salvar a la madre de Elena, su amor secreto, y yo era solo eso, su "penitencia", su "deuda". ¿Fui un rescate o la cruel moneda de cambio en una venganza que ni siquiera era mía? Esa noche, no solo me di cuenta de la prisión en que vivía, sino que comencé a trazar mi escape, decidida a volar lejos, muy lejos, sin mirar atrás.