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Recién llegada a la ciudad, Sofía empieza a trabajar como asistente sin saber que su jefa es en realidad la heredera de un imperio tecnológico... ni que siente una atracción peligrosa por ella.
Recién llegada a la ciudad, Sofía empieza a trabajar como asistente sin saber que su jefa es en realidad la heredera de un imperio tecnológico... ni que siente una atracción peligrosa por ella.
La lluvia caía con una insistencia melancólica sobre los cristales del autobús cuando Sofía llegó a la ciudad. No era una tormenta violenta, pero sí de esas lluvias persistentes que parecían empeñadas en lavar cada rincón de concreto y acero de aquel paisaje urbano. Desde su asiento junto a la ventana, con la frente apoyada en el vidrio empañado, observaba cómo los rascacielos se alzaban como gigantes grises entre las sombras del amanecer.
Había dejado atrás su pequeño pueblo en el sur, una vida tranquila, casi predecible, donde las calles tenían nombre y las personas, historias que todos conocían. Ahora, la ciudad se le presentaba como un mapa sin señales, un laberinto de luces frías y pasos apurados. Y ella... solo una recién llegada con una maleta raída, un currículum editado mil veces y una oferta de trabajo que aún le parecía demasiado buena para ser cierta.
Ajustó el abrigo barato sobre sus hombros, mientras el conductor anunciaba la última parada. El motor se detuvo con un suspiro, y Sofía descendió al andén central, respirando por primera vez el aire denso de la metrópolis. Frío. Impersonal. Olía a humedad, a caucho mojado, a urgencia.
El hostal en el que se alojaría por esa primera semana estaba a tres cuadras de distancia. Caminó con paso rápido, la maleta rodando torpemente detrás de ella entre charcos, y su mente repasando la información que había leído una y otra vez en el tren: D'Alessio Technologies. Una de las empresas más influyentes del país. Multinacional. Visionaria. Un monstruo de innovación que había emergido de la nada diez años atrás y que ahora lideraba los sectores de inteligencia artificial, ciberseguridad y tecnologías verdes.
Le habían dicho que su jefa era exigente, implacable, pero también una de las mentes más brillantes de la industria. Victoria D'Alessio. Un nombre que imponía respeto, aunque Sofía apenas había encontrado un par de entrevistas breves y ninguna imagen reciente. Era como si se cuidara de no dejar huellas. Solo rumores: que era joven, que había heredado la empresa en circunstancias misteriosas, que tenía una mente aguda... y una voluntad aún más peligrosa.
Sofía no pensaba demasiado en eso. Al menos, no aún. Bastante tenía con mantener a raya los nervios. El lunes sería su primer día como asistente administrativa en la sede central. Un contrato de prueba, sí, pero el tipo de oportunidad que no se rechazaba. Para alguien sin contactos, sin apellidos ilustres ni universidades prestigiosas, entrar por la puerta de atrás también era entrar.
Llegó al hostal empapada y exhausta. El recepcionista, un chico que no levantó la vista del celular, le entregó la llave de una habitación en el cuarto piso. Subió por las escaleras, arrastrando la maleta y su cansancio, hasta encontrar un cuarto estrecho con una cama, un escritorio y una ventana diminuta con vistas a una pared gris. No era mucho, pero por ahora, era suficiente.
Esa noche apenas durmió. Soñó con pasillos interminables, con ascensores que no llegaban nunca, con voces que murmuraban su nombre desde oficinas sin luz.
El lunes llegó con una puntualidad implacable. Se vistió con la mejor blusa que tenía -color crema, cuello alto- y una falda negra que había sido de su madre. Frente al espejo, se hizo un moño bajo, discreto, y se puso un poco de maquillaje solo para borrar las ojeras. Tomó el metro a las 6:30 a.m., sin margen de error, como si cada minuto de esa mañana pudiera ser una prueba silenciosa.
El edificio de D'Alessio Technologies era una torre de vidrio y acero que parecía tocar el cielo. Un centinela moderno en medio del distrito financiero. Las puertas automáticas se abrieron con un suave susurro cuando ella se identificó en recepción. Le entregaron un gafete temporal y le indicaron que subiera al piso 44.
En el ascensor, los nervios comenzaron a apretar el estómago. Subía sola, observando su reflejo distorsionado en las paredes metálicas. El número 44 brilló y las puertas se abrieron a un pasillo alfombrado, silencioso, perfectamente iluminado.
Una mujer de traje azul y expresión neutra la recibió.
-¿Sofía Castañeda?
-Sí -respondió con voz temblorosa.
-Sígueme. La señora D'Alessio no ha llegado aún, pero su agenda está sobre el escritorio. Te mostraré tu estación de trabajo.
Atravesaron varias oficinas hasta llegar a una antesala amplia, con dos escritorios, una pantalla digital que mostraba el itinerario del día, y una puerta de cristal esmerilado que llevaba, supuestamente, al despacho de la CEO.
-Aquí estarás tú. En esta terminal recibirás los correos, las llamadas internas, y manejarás la agenda. No se permite uso personal del celular durante el horario laboral. Las cámaras lo cubren todo. ¿Entendido?
-Sí, claro.
-No hables con la señora D'Alessio a menos que ella te dirija la palabra. No preguntes sobre su vida personal. Y nunca, bajo ninguna circunstancia, entres a su despacho sin ser llamada.
Sofía asintió, tragando saliva.
-Ella llegará en cualquier momento. Que tengas un buen primer día.
Y la mujer desapareció con el mismo paso firme con el que había llegado.
Durante las primeras horas, Sofía se dedicó a revisar documentos internos, leer políticas de privacidad, instalar su usuario y memorizar los nombres del equipo ejecutivo. El silencio era absoluto, casi opresivo, roto solo por el zumbido suave del sistema de ventilación.
A las 9:18, la puerta del ascensor sonó.
No necesitó mirar. Lo supo. La energía en el aire cambió de forma sutil, pero inmediata. Pasos firmes. Tacones elegantes sobre la alfombra.
La puerta de cristal se abrió sin previo aviso. Sofía levantó la vista... y la vio.
Alta. Impecable. Vestida de negro. Cabello recogido con precisión quirúrgica, labios oscuros, mirada penetrante.
Victoria D'Alessio.
Sofía intentó ponerse de pie.
-Buenos días, señora D'Alessio.
La CEO no respondió. Solo la miró durante dos segundos eternos... y luego siguió de largo, entrando a su despacho sin decir una palabra. La puerta se cerró con un clic suave. Y Sofía sintió que el aire volvía a sus pulmones recién entonces.
Se quedó sentada, con el corazón latiendo en su garganta, sin saber por qué esa mirada había tenido un peso tan extraño. No había sido grosera. Ni fría. Había algo más.
Como si ya la conociera.
Como si hubiera estado... esperándola.
Y Sofía no podía explicarlo, pero supo en ese instante que su vida, tal como la conocía, acababa de cambiar para siempre.
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