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A sus 22, Sofía Reyes se casó con Alejandro Vargas, un magnate. Con ella, Alejandro era pura ternura, llamándola "mi duende" y nombrando su yate así. Ella creía que era un tributo a su pasión flamenca, a su arte. Un día, Sofía descubrió accidentalmente una habitación oculta en su mansión. Dentro, un retrato frío, "Duende Eterno", y una dedicatoria de Alejandro al dorso: "Para Isabella, el único duende que me roba el alma". La verdad la golpeó: nunca fue para ella. En silencio, interrumpió su embarazo de cinco meses y gestionó el divorcio. Esa noche, sus amigos revelaron que ella era solo una "sustituta" para Isabella, mientras Alejandro aún mentía, con su primer amor al lado. ¿Fue solo un reemplazo, una pantalla para su obsesión con otra? La traición vació su alma más que la pérdida de su bebé. La vida que creyó suya era una cruel, devastadora ilusión. Dejó el acuerdo de divorcio y una caja con la última ecografía y unos patucos. Sin mirar atrás, Sofía abandonó la mansión, decidida a reconstruir su vida lejos de la mentira que había sido su matrimonio.