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Sofía Valdés había sacrificado una década de su vida, su carrera y hasta sus ahorros por Ricardo Montoya, el hombre a quien creía amar y con quien soñaba un futuro. Pero mientras yacía, drogada y apenas consciente en una cama de hospital, las voces de Ricardo y su amigo revelaron una verdad monstruosa. La "enfermedad" de su amante, Isabella, era una farsa. Ricardo la había impulsado a abortar a su propio hijo con "vitaminas" para congraciarse con Isabella, y ahora le robaba su médula ósea para "salvarla". El colmo de la humillación: Ricardo la abandonó para servir a Isabella, ignorando todos sus sacrificios. Incluso no dudó en sacrificarla, empujándola por un precipicio para proteger a la "secuestrada" Isabella, quien después confesaría que todo había sido un elaborado engaño. El dolor físico era nada comparado con la devastación de su alma. ¿Cómo pudo haber sido tan ciega? Ricardo la había usado, desechado y sacrificado una y otra vez. Pero las lágrimas se secaron, dejando paso a una fría y calculadora rabia. Sofía encontró el número del principal rival de Ricardo, Alejandro Herrera. Su pregunta no solo sellaría su nuevo destino, sino también el inminente desastre de Ricardo: "¿Alejandro, te casarías conmigo?".