ontra sus costillas. El único sonido al otro lado era la respiración ligeramente agitada de Alejandro y el chasquid
eñida de una incredulidad palpable-.
l teléfono co
cabó. La chispa de devoción que alguna vez sentí, la que me hi
directa, sin rodeos, como su reputación en l
con una trist
cuatro en tu cartera... soy yo. Lo vi una vez, hace años, cuando fui a tu oficina en Monterrey a entregar unos documentos urgentes para Ric
a que era una apuesta arriesgada, una locura, pero era la única salida que veía, la únic
ro habló, su voz ah
condición, Sofía. Una sola, pero innegociable: nunca más, bajo ninguna circunstancia, tendrás contac
a no
ce
misma, abrió la aplicación de la aerolínea. Compró un bole
fía sabía, por las miradas compasivas de las enfermeras y los comentarios que llegaban a sus oídos, que pasaba sus horas al lado de Isabella, mimándola, cumplien
Ricardo apareció, radiante,
orpresa. Algo que llevam
stro una máscara de impasibil
a música de un mariachi inundó el aire. El patio principal estaba decorado con profusión de flores blancas, me
compromiso! ¡Su sup
ano, la condujo al centro del patio y se arrodilló. Sacó una caja de t
ra, la mujer que me salvó y me dio
ta. La ironía era tan espesa que podría cortarse con un cuchillo. Sus
abella Romero hacía su entrada triunfal, o más bien, trágica. Pálida, temblorosa, apoyada en el brazo de un
al pecho y, con un gemido lastimero, se "desmayó" dramáticamen
olvidándose por completo de So
, mi amor!
s brazos con una ternura desesperada. Los invitados murmurab
dado abandonada en medio del escenario, viera la sonrisa de triunfo que se dibujó en sus labios. Luego, con u
, arquitecta de quint
s ojos, entregándose
os invitados se hi
do, siempre
está muy
í a Sofía, en
a bofetada. Pero ya no había dolor.