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Luego de que su esposa Jane lo abandonara con su pequeño hijo Oliver quien nació con una discapacidad, Ethan Whote, se ve obligado a cuidar de su pequeño durante sus primeros meses de vida. Sin embargo, las exigencias de la empresa familiar, exigen de su presencia y debe contratar a una babysitter que cuide de su hijo. Jazmín es una estudiante de psicología, quien se ve obligada a detener sus estudios faltando apenas unos meses para su graduación, debe además de trabajar para cumplir con el tratamiento de su abuela Teresa, cuidar de ella, ya que tuvo un ACV que la mantiene postrada en una cama. El destino cruza sus caminos de forma casual, convirtiendo sus vidas en un caos emocional, donde Ethan –quien se niega a volver a confiar en las mujeres– tendrá que luchar contra sus propios sentimientos y Jazmín, deberá evitar a toda costa dejarse llevar por lo que siente por su nuevo jefe.
La vida de Ethan Whote era perfecta: un matrimonio consolidado con una mujer hermosa a quien amaba profundamente, una empresa prestigiosa a cargo que le generaba montos de seis cifras semanales en su cuenta bancaria y la alegría, de que pronto, nacería su primer hijo. Todo eso era suficientes para que Ethan se sintiera un hombre privilegiado y feliz.
-¿Cómo te sientes? -Le preguntó a su esposa Jane, sujetando su mano con ternura.
-Un poco nerviosa -contestó ella, acostada en la camilla, acariciando su barriga.
-No te preocupes. Todo va a estar bien, en pocas horas tú, nuestro pequeño Oliver y yo estaremos juntos como una gran familia.
Ella asintió, sonriendo levemente, mientras él besaba su frente con ternura.
-Tengo miedo, Et.
-No te preocupes, yo estaré aquí.
El médico interrumpió la tierna escena y el enfermero dirigió la camilla hacia dentro de la sala fría del quirófano. Ethan entró junto a ella, aunque intentaba sonreír, él también estaba nervioso.
El equipo médico dio inicio a la operación ante la mirada atónita de Ethan, quien presenciaba con aspaviento, por primera vez, una delicada cirugía como aquella. En tanto, Jane aunque no podía ver el procedimiento quirúrgico, se notaba algo ansiosa. Sostenía la mano de su abnegado esposo con fuerza. Mas, había algo dentro de ella que le preocupaba. Algo que no sé había atrevido a decirle a su esposo.
El médico levantó la piel del abdomen y sujetó a la criatura, mas el llanto del recién nacido al ser recibido en el mundo exterior, no se escuchó a pesar de que se movía y estaba respirando.
Ethan frunció el entrecejo, se acercó al médico y le preguntó en voz baja, casi inaudible por el pequeño.
-¿Qué ocurre, doctor?
El hombre negó con la cabeza, mientras Jane observaba en silencio, lo que tanto había temido, su peor pesadilla parecía haberse hecho realidad.
-El niño presenta una condición especial, tiene síndrome de Down. -afirmó con absoluta convicción.
-¿Qué dice? Pero eso no puede ser -murmuró con asombro.
-¿Qué ocurre, Et? -intervino Jane con voz temblorosa, mientras intentaba apoyarse en sus codos e incorporarse, pero una de las enfermeras se lo impidió.
-Debe calmarse, aún la cirugía no termina.
El médico le entregó a la criatura, a la enfermera para que lo llevara hasta el área neonatal mientras, terminaban el procedimiento de la cesárea.
Aunque Ethan permaneció al lado de Jane, su mente estaba en otro lugar. Mil pensamientos viajaban por su mente, tratando de aceptar aquella realidad, intentando entender que había pasado.
¿Por qué su hijo había nacido enfermo?
Recordó entonces, la negativa de su esposa de hacerse algunos exámenes que podían prever algún tipo de condición especial, su insistencia en que no la acompañara a las consultas, con el pretexto de que iría junto a su madre.
¿Acaso ella sabía que el bebé...?
Durante el resto de la cirugía se mantuvo en silencio mientras una lágrima recorría el rostro de Jane, una lágrima de insatisfacción propia, de miedo a ser abandonada por él, de tener que revivir la historia de su hermano Jake, quien también padecía la misma enfermedad.
El silencio era ensordecedor, sólo se escuchaba la voz del médico y el sonido de las pinzas sobre la mesa de metal al ser colocadas por el auxiliar del médico.
-Tijeras -dijo y tomando la tijera cortó el hilo de nylon para finalizar la cirugía.
Jane cerró los ojos cayendo en un profundo sopor.
-La paciente permanecerá en observación. Usted puede ir al área de recién nacidos, se necesitan algunos datos personales suyos y de su esposa. -El hombre retiró los guantes y secó con su antebrazo el sudor en su rostro.
-¿Doctor, usted sabía de esto, verdad?
-Sí, Sr Whote, pensé que estaba al tanto de la situación. Su esposa nunca quiso realizarse la prueba de translucencia nucal en el primer trimestre, la cual hubiese permitido diagnosticar con tiempo la situación del bebé e interrumpir el embarazo.
Ethan lo miró con asombro y habló en un tono severo:
-¿De que está hablando doctor? Si hubiese sabido que mi hijo venía con alguna anomalía, jamás hubiese permitido que interrumpiera el embarazo. ¡Se trata de la vida de un ser humano! -exclamó indignado- ¿Así cumple con el juramento hipocrático que hizo al recibirse como médico? -esgrimió.
-Está usted interpretando mal mis palabras, Sr Whote. La decisión final sobre la interrupción del embarazo, la tienen los padres, no los médicos. -contestó el galeno ante la acusación del multimillonario.- Ahora con su permiso, debo descansar unos minutos para mi próxima operación.
Ethan tragó saliva mientras veía al médico saliendo hasta el pasillo. Con un movimiento brusco se quitó el mandil azul y el gorro de su kit EPI, lo depositó en el bote de desechos y salió de la sala de cirugía. Sentía la sangre hirviendo dentro de sus venas, la rabia y la impotencia se apoderaron de él; no era la condición genética de su pequeño lo que le perturbaba, era el hecho de que Jane le hubiese ocultado la verdad pero sobre todo, el no estar preparado para una situación como aquella.
El CEO caminó lentamente hasta el área de recién nacidos, llevaba las manos dentro de los bolsillos de su pantalón e iba cabizbajo. Levantó la vista y vio el identificador en la pared que indicaba el pasillo que debía tomar. Justo en el momento en que se disponía a cruzar hacia la derecha, tropezó con una chica que venía en dirección opuesta a él.
-Fíjese por donde camina -dijo él con severidad sujetándola de ambos brazos.
-Lo si-siento -respondió la chica entre sollozos mientras levantaba el rostro con los ojos llenos de lágrimas.
Ethan frunció el entrecejo y la chica continuó caminando hacia el área de cirugía.
Pronto, se detuvo frente al ventanal y observó a los pequeños que dormían alineados en sus cunas transparentes. Sus ojos sólo buscaban uno, a su pequeño Oliver.
Finalmente lo vio. Allí estaba, el pequeño envuelto en una manta azul claro, con sus ojitos cerrados. Era tan pequeño y tan frágil. En su pequeño rostro podían verse con claridad los rasgos inconfundibles: nariz chata, ojos almendrados, tono de piel lechoso, propios de su condición especial.
Ethan apoyó la palma en el vidrio, como si pudiera alcanzarlo y tocarlo. El bebé se movió levemente, quizás sintiendo la presencia de su padre. Ethan contuvo el aliento y un gemido suave escapó de sus labios, reflejando lo que estaba sintiendo en su interior. No era tristeza, sino una ternura profunda lo que lo invadía.
-Hola, campeón -susurró, aunque el bebé no podía oírlo-. Te estaba esperando. -dijo y una sonrisa se dibujó en su rostro, luego de los minutos de tensión que había experimentado...
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