Sin más, ¡espero que tengan una lectura apoteósica!
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Bogotá D.C, Colombia
Todos me juzgan, me señalan y me critican por la vida que llevo, pero nadie se detiene a preguntarme por qué hago lo que hago. Salir de fiesta y vivir a todo lo que da mi vida es lo único que me ayuda a sacar de la mente esas escenas tan asquerosas y poco gratas que tuve que presenciar hace un tiempo de mi madre.
Desde que mis padres se separaron, no hay día que mi mamá no salga a beber con todas sus amistades. Su hipocresía me tiene cansada, es tan capaz de juzgarme cuando no se ha visto en un espejo. Su capacidad de evadir que cometió un error al dejarse ir por su despecho en lugar de enfocarse en mi hermanito y en mí es tremenda. Su única excusa es que no nos hace falta nada y que, como buenos hijos, lo único que podemos hacer es sacar buenas notas en el colegio.
Tengo diecisiete años y toda mi vida he hecho su santa voluntad, ayudándole en todo lo que ella me pida porque no ha sido fácil su separación con mi padre, pero desde que la vi una noche dejarse tocar de otros hombres mientras ella no podía ni siquiera con su borrachera, esa buena imagen que tenía de ella se esfumó. Comprendí que ella lo único que buscaba era el consuelo en otros brazos. Ahora mismo tiene un muchacho bastante joven, que prácticamente es un par de años mayor que yo, y ella cree que se ve divina a su lado.
Para la edad no hay amor, eso lo tengo bastante claro porque de hecho mi madre es mucho más joven que mi padre, pero ese tal Marcos no me cae ni un poco bien. Ese hombre no me genera ni un poco de confianza y ella está tan ciega por él que no le importa un pepino lo que yo le diga.
Por esa y muchas más razones busqué algo que me hiciera olvidar la actitud de mi madre y de la lejanía y casi abandono de mi padre. Encontré en el trago y en las drogas esa felicidad que tanto buscaba y los convertí en mi zona de confort. Salgo todos los fines de semana con mis amigos y regreso a casa hasta el lunes en la mañana. No regresé al colegio y no creo que tenga caso volver cuando sé que voy a perder el último año del bachillerato. Estudiar no es algo que me mate y tampoco es de mi interés.
Dejé mi cabello rizado caer a mi espalda y ajusté mi corta falda antes de salir de la habitación que comparto con mi hermano. Mi madre no está, pero es normal que no pare un viernes en casa por estar detrás del culo de ese tipo, ya que últimamente la he visto llorar y discutir con él por teléfono.
-¿Vas a salir, Juli? -Alejandro, mi hermano menor por solo dos años, me detuvo.
-Sí.
-¿Vas a llegar muy tarde? Hoy no quiero estar solo -sonrió emocionado-. ¿Por qué no jugamos play como antes?
-¿Johan no viene hoy?
-No, su mamá no lo dejó venir hoy -hizo una mueca-. Vamos, Juli, quédate, ¿sí?
Es imposible negarme a mi hermano y a esos ojos tan bonitos que tiene.
-Está bien -su sonrisa grande y emocionada me alegró la noche-. Pero sin trampas, Alejandro.
-¡No tengo la culpa que seas mala para jugar!
-Juguemos Mario.
Soltó una risita, sacando del cajón del mueble de la sala los discos del play y me acosté en el sofá en espera de que el juego comience.
-Hallo no es tan difícil, solo que disparas a la loca.
-No sé cómo se juega. Además que no sé a quién debo dispararle.
Mientras el juego de Mario cargaba me explicó el juego que considero más difícil. Hace mucho no pasaba un rato con mi hermano y había olvidado lo divertido que es y lo bien que se siente saber que nuestros lazos de hermanos aún siguen intactos.
-Yo soy Mario -agarró el control y bufé.
-Siempre lo eres.
Jugamos por largas horas, comiendo papas de paquete y gaseosa. Mi hermano parecía tener pilas AA incrustadas en su sistema, siempre tiene bastante energía en las noches.
El sueño lo venció a las tres de la mañana y se quedó dormido en el sofá. Lo arropé muy bien con una cobija porque hacía mucho frío y subí a la terraza para contemplar la noche.
La ansiedad de fumar me llevó a hacerlo. Mi madre no estaba y ella solía llegar después de las seis de la mañana. Mi hermano dormía y no había nadie más en la casa que pudiera detenerme. Armé un bareto mientras escuchaba música en mi pequeño reproductor y lo fumé con toda la calma, viendo la luna resplandecer y las pocas estrellas brillar.
Mis amigas y mi novio me enviaron mensajes, pero no respondí a ninguno de ellos. En ese momento quería estar sola en mi soledad y tristeza. Extrañaba mi familia, a mis padres y la buena energía de mi hermano. Me hacía falta todo lo que tenía de niña, pero ya no quedaba nada y tenía que entender que nada duraba para siempre.
El frío calaba mi ropa, más por el hecho de que estaba en una minifalda y una blusa muy escotada, pero el poder de la marihuana me mantenía cálida. La niebla cubría las calles y de repente me dieron muchas ganas de salirme. Debería estar en algún bar de la zona o en el parque tomando y fumando, pero allí me encontraba, ida en mis pensamientos y soyada en la mía.
Un taxi se detuvo frente a la casa y me quedé mirando desde la terraza como mi madre salía muy borracha junto a Marcos. Todo iba bien hasta que llegaron a arruinar mi mente de paz.
No bajé de la terraza ni hice bulla hasta no esperar a que se acostaran. Lo último que quiero es verlos y tener que soportar a mi madre y a ese man tan fastidioso. Cuando el sol ya avisaba su salida, guardé mis cosas en la pretina de mi falda y empecé a bajar las escaleras hacia el segundo piso.
A punto de dar la vuelta por el corredor, me topé de frente con Marcos. Se veía un poco tomado, pero bien. Repasó mi cuerpo con su mirada y se recostó de la pared, cruzándose de brazos.
-¿Estás drogada?
-¿A usted qué le importa si lo estoy? -traté de esquivarlo para entrar a mi cuarto, pero se hizo en el medio del estrecho corredor-. Vaya y joda a su abuela, hijueputa.
-¿Por qué eres tan mal hablada, Juliana?
-Porque sí, sapo.
Soltó una risita, relamiendo sus labios.
-Eres una niña bastante grosera.
-Si no me dice no me doy cuenta -resoplé-. Quite de ahí que tengo sueño.
-Tu mamá se preocupa mucho por ustedes y tú no lo valoras -soltó y reí.
-Vaya forma de preocuparse por nosotros, tirándose a un hombre mucho menor que ella y llegando a la casa toda borracha -lo miré con todo el odio que sentía en mi corazón.
-Trabaja muy duro para sacarlos adelante y está en todo el derecho de relajarse un poco.
-Y nadie dice que no, pero hace mucho dejó ir el papel de madre. No entiendo qué hago hablando de esto con usted.
-Podemos ser amigos -puso su mano en mi hombro y la empujé-. Es más, yo te entiendo mejor que nadie.
-¿Sabe qué? -me acerqué a él y lo miré fijamente a los ojos-. Cómase un cerro de mierda, sapo -lo empujé con todas mis fuerzas y entré a mi cuarto.
No soporto a ese sapo. Faltaba más que ahora quiera convertirse en mi amigo y quiera hablarme sobre lo que mi madre hace bien, tratando de cubrir todos las fallas con el hecho de que no nos falta nada. ¿Acaso no se da cuenta lo mucho que lo odio y no lo soporto?