Al llegar a casa, dejé caer mi bolso en el sofá y me dirigí a la cocina para prepararme una taza de té. Necesitaba algo caliente para calmarme. Mientras el agua hervía, mi teléfono comenzó a sonar. Miré la pantalla y me sorprendí al ver el nombre de mi viejo amigo, Javier. Javier y yo habíamos crecido juntos y aunque nuestros caminos se habían separado, siempre habíamos mantenido el contacto, aunque fuera esporádico.
-¿Javier? -contesté, tratando de sonar más animada de lo que me sentía.
-Elena, ¡qué bueno que contestaste! Necesito hablar contigo sobre un asunto muy importante. ¿Podemos vernos mañana? -dijo Javier, con una urgencia en su voz que rara vez había escuchado.
-Claro, ¿de qué se trata? -pregunté, intrigada.
-Es mejor que lo hablemos en persona. Te invito a almorzar. ¿Te parece bien a las doce en el Café del Parque?
-Está bien, nos vemos allí -respondí, sintiendo una mezcla de curiosidad y preocupación.
A la mañana siguiente, me dirigí al Café del Parque, un lugar acogedor que Javier y yo solíamos frecuentar cuando éramos adolescentes. El lugar no había cambiado mucho, aún tenía ese aroma a café recién molido y pasteles recién horneados. Al entrar, lo vi sentado en una mesa en la esquina, con su característica sonrisa y una carpeta gruesa frente a él.
-Elena, gracias por venir -dijo, levantándose para darme un abrazo.
-Javier, me tienes en ascuas. ¿Qué es tan importante? -pregunté, sentándome frente a él.
-He recibido una propuesta muy inusual que creo podría interesarte. Es... bueno, es un matrimonio por contrato -dijo, abriendo la carpeta y sacando unos documentos.
Me quedé mirándolo, sin saber si reírme o enojarme.
-¿Qué? ¿Un matrimonio por contrato? ¿Me estás tomando el pelo? -repliqué, sintiendo cómo la incredulidad se apoderaba de mí.
-Sé que suena loco, pero déjame explicarte. Un cliente mío, Alejandro Ferrer, necesita casarse para cumplir una cláusula del testamento de su abuelo y heredar la empresa familiar. Está dispuesto a ofrecer una suma considerable a cambio de un matrimonio de conveniencia.
Mi mente comenzó a girar. Conocía a Alejandro Ferrer, al menos de nombre. Era un empresario exitoso, conocido por su frialdad y su enfoque implacable en los negocios. La idea de casarme con alguien así me parecía absurda, pero la mención de una "suma considerable" me hizo detenerme.
-¿Cuánto estamos hablando? -pregunté, tratando de mantener la voz neutral.
-Elena, esto podría resolver todos tus problemas financieros. Te está ofreciendo suficiente dinero para salvar tu tienda y asegurar tu futuro -dijo Javier, deslizando un documento hacia mí con los detalles financieros.
Miré los números y sentí que mi corazón daba un vuelco. Era más dinero del que había visto en mi vida.
-¿Qué tendría que hacer? -pregunté, aún dudosa.
-Casarte con él por un año. Vivir juntos, mantener las apariencias y, después de ese tiempo, un divorcio discreto y amigable. Sin compromisos emocionales -explicó Javier.
Me quedé en silencio, considerando la propuesta. Era una locura, pero también una oportunidad que podría cambiar mi vida. Con un profundo suspiro, levanté la mirada y encontré los ojos de Javier, llenos de preocupación y apoyo.
-Lo pensaré -dije finalmente, sabiendo que mi vida estaba a punto de tomar un giro inesperado.
Después de nuestro encuentro, caminé de regreso a casa, tratando de ordenar mis pensamientos. Mi tienda de flores era mi vida, mi sueño hecho realidad. Había invertido todo en ese negocio y verlo al borde de la quiebra me destrozaba. La oferta de Alejandro Ferrer podría salvarlo todo, pero a qué costo. No era solo el dinero lo que me preocupaba, sino la idea de casarme con un hombre al que apenas conocía, un hombre con fama de frío y distante.
Esa noche, me acosté en la cama y miré el techo, intentando imaginar cómo sería mi vida si aceptaba la oferta. Podría salvar mi tienda, asegurar mi futuro y quizás, solo quizás, encontrar algo más en este acuerdo. Pero también podía perderme a mí misma en el proceso. Me giré de lado y cerré los ojos, sabiendo que la decisión no sería fácil.