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Él es el gran Alpha de Alemania. Ella, una humana esclavizada. Él fue libre toda su existencia. Ella, estuvo cautiva cinco años sin poder salir de casa, su padre la había vendido al peor hombre que Eider pudo conocer. Ikender perdió la esperanza de encontrar a su Luna desde hace cuatro siglos. Hasta que la encontró a herida y a punto de morir en las vías del tren. Deberá dejar su disgusto por ser humana atrás si quiere salvarla. La bestia está furiosa, la bestia buscará la sangre de quienes lastimaron a su alma gemela. La bestia está lista para convertirse en cazador.
"A veces necesitamos cerrar los ojos y abrir el corazón"
Alpha Ikender.
Mi cuerpo estaba recargado contra la pared de la pequeña habitación donde durante tanto, a sido mi refugio. Tenía los ojos cerrados tratando de descansar la vista, no me era permitido dormir hasta que Rixton me lo ordenase. Mi cansancio superaba cualquier sensación ahora mismo, incluso superaba el frío que, entraba en mi piel de forma implacable.
Podía escuchar la lluvia caer fuertemente sobre el techo, en fragmentos de segundos, las gotas pesadas caían desde el techo por las grietas viejas del techo, mis oídos percibían el viento golpear la pequeña ventana de mi habitación donde nunca cabría mi cuerpo, el cuadro circular formaba apenas una aventura. Olía a humedad, pero no una humedad desagradable si no, aquella capaz de hacerte sentir fresca y tranquila. Las hojas de los árboles se desprendían con mayor rapidez, estaba llegando el otoño, la temporada en la que los bosques se tornaban naranjas, tan hermosos como el atardecer en una cúspide de primavera. Al menos admitía preferir el invierno. Durante época de verano, las paredes se volvían sofocantes y el tráfico de aire puro era casi, inexistente.
Tragué saliva sintiendo lo rasposa que se sentía mi garganta, después de todo, nunca estaba bien abrigada, y solía pescar resfriados comúnmente. El no cubrirme correctamente no era por descuido, la causa tenía como nombre al señor Vögel, no le gustaba que ocultara mi piel, así que mi poco guardarropa consistía en vestidos a la rodilla o mucho más cortos entre otros que preferiría no recordar. Ahora mismo el tejido frío y suave de la prenda de mangas tres cuartos que llevaba conmigo, dejaba que una gran parte del viento se colará en mis huesos, causando un leve temblor. Aún recargada, la madera fue mi conducto de sonido, la puerta de metal que impedía la salida o entrada en el piso de abajo, se abrió de manera violenta. Mi cuerpo se puso rígido, escuché algunas pisadas cerca, supe que se trataba de él, suspiré aliviada al notar que no venía acompañado de sus otros amigos De ellos.
-Hola, ya llegué- abrí mis ojos manteniendo la mirada en el piso.
-Buenas noches señor.
-Veo que no haz dormido tal y como te lo ordené, muy bien. ¿Tienes hambre? ¿Deseas comer algo?- Mordí mi labio inferior, llevaba un par de días a base de agua y un poco de cereal ya caduco. Tenía mucha hambre pero sabía cuál era el mérito que debía realizar. Levanté un poco la mirada, él sentía satisfacción cuando mis ojos azules se encontraban con sus orbes grisáceas, disfrutaba de mi aspecto deprimente. Llevaba puesto una chaqueta marrón y camisa celeste. Aguanté las lágrimas.
-Demasiada señor-confesé con un nudo en la garganta.
-Me parece perfecto Princesa- escuché el rechinar de una silla siendo arrastrada. Y después el sonido de como él se sentaba en ella.
- Levántate Eider -hice lo que me ordenó. El hombre que había pagado por mi existencia yacía sentado ansioso.
-No me hagas esperar. ¿O acaso quieres otro día sin dormir ni comer bien? Traje pollo- apreté mis dientes y asentí con la cabeza. Me acerqué a él y me arrodillé, tomé su cremallera para después bajarla poco a poco...
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-Asegúrate de que esos vasos queden limpios, Joseph y Douglas vendrán está noche.
-Entendido Señor-. Continúe limpiando con delicadeza cada recipiente. Mi rostro se reflejó en uno de ellos. Había cambiado tanto en tan poco, solía tener las mejillas sonrojadas siempre, mis cachetes eran regordetes y mis ojos de un color profundo, ahora las ojeras eran parte de mí cada día. Luego de un tiempo mi piel se volvió pálida, y las proporciones de mi cuerpo más pequeñas. Odiaba mirarme en el espejo, las cicatrices, moretones y heridas que portaban mis extremidades me dañaban el alma.
-¿En qué tanto piensas princesa ?- Me sobresalté al sentir las manos Rixton en mis caderas, acercándome a su cuerpo.
-En nada señor - respondí con nervios. Su mano siguió subiendo hasta llegar a mi pecho, donde empezó a quitar los botones del vestido azul celeste que portaba. Mis ojos se cristalizaron un momento al pensar que volvería a obligarme. Debería aceptarlo, debería ceder, ¿Pero cómo hacerlo? ¿Cómo rendirme y dejar de fantasear con el día de mi liberación. Relajo los músculos, el timbre de la puerta interrumpe el momento. Por un mínimo segundo suspiro de alivio.
«Las personas que tocaron el timbre no son mejores que él»
-Han llegado- anunció desapareciendo de la cocina. No sabía si aliviarme o temer aún más. Joseph era un hombre serio, de cabello largo amarrado a una coleta detrás de su cabeza, también usaba unas gafas enormes, muy diferente a Rixton y Douglas. En ocasiones cuando me era imposible moverme y estaba a punto de quedar inconsciente -pero no lo suficiente como para no darme cuenta de que él curaba gran parte de mis heridas- se aseguraba de que no había daños irreparables. Asumía que era médico, y me preguntaba cómo es que salvaba vidas del otro lado del bosque, y en estás paredes torturaba a una.
Sólo una vez le atreví a rogarle que me ayudará a escapar, esa noche me golpeó hasta perder la razón. Vivía en un círculo conformado por tres emociones, dolor, agonía y, miedo. Rixton era dolor, Joseph agonía y definitivamente el peor de todos siempre era el hombre robusto, a él le tenía miedo, un miedo que paralizaba cada centímetro de mi cuerpo. Sus ojos cafés están inyectados en locura, es más bajo de estatura que los demás, pero tiene músculos en los brazos, tan solo el toque de su mano sobre mi piel deja moretones al día siguiente. A menudo me quedo observando las paredes fundadas en la vieja pintura marmoleada de marrones, durante estos cinco años, no he hecho más que grabar en mi memoria cada una de las líneas provocadas por la humedad, y el paso del tiempo. El color del piso es blanco, pero no un blanco brillante, si no amarillento con tonos más oscuros en ciertas partes. Hay tan pocas ventanas, tan pocas fuentes de luz solar. No he salido de la casa desde el primer día en que entré, soy suertuda si logro obtener un poco de calor desde las pequeñas grietas llamadas ventanas.
Observo mi reflejo en uno de los vasos, mi padre me había vendido ha un hombre que juró protegerme y acogerme como su hija, era una niña, una pequeña que creyó todas sus mentiras. Dicen que la inocencia suele medirse por la culpa, pero yo pienso que en realidad se mide por el arrepentimiento. Cada noche me pregunto si alguno de ellos se arrepentirá de causarme tanto daño. Termino de acomodar las cajas de pasta en el almacén. En esos días grises y solitarios cuando él se marcha a recoger leña, me quedaba leyendo las etiquetas, no había ni un solo libro o revista sin imágenes obscenas en este lugar.
-¡Eider ven aquí!- Gritó desde la sala, respiré profundo y atendí el llamado del señor Vögel lo más rápido que mis piernas me dejaron.
-Si señor.
-Pon esto en la cocina-me tendió una bolsa con bebidas alcohólicas. De reojo noté la mirada de Douglas. Acomodé lo que me pidió mientras escuchaba como prendían el televisor en el canal de deportes.
-Eider- un nuevo llamado me trajo de vuelta a la estancia.
-Mierda Rixton, deberías darle de comer más seguido. Es asqueroso sentir sus costillas, a parte así es más fácil rompérselas, por accidente claro- Escupió en un tono burlón Douglas. Reprimí un sollozo. Mantenía la cabeza baja.
-Lo haré, aunque a veces nuestra princesa no coopera. ¿Cierto Eider?- Mis ojos picaron un poco. -No te escuché princesa.
-Lo siento mucho señor. Trataré de ser más obediente- me apresuré a contestar. La mirada de ambos seguía clavada en mi cuerpo. Podía sentirlo.
-Eso espero Eider, eso espero. Quédate aquí.
Me senté en una silla un poco alejada mientras los miraba beber, y ver los partidos de fútbol. Conforme las horas pasaron y su nivel de alcohol en la sangre aumentó, el miedo empezó a divagar en mi sistema. Para la media noche sabía lo que se venía. Solo deseaba y un pequeño descanso, este último mes había sido tan malo en todos los sentidos, poca comida, poca agua, y muchas lágrimas. Odiaba llorar, y ellos amaban verme hacerlo.
Las horas siguieron pasando, maldecir en un susurro enterrado de mi corazón, cuando su equipo favorito perdió. Tragué en seco temblando, el hombre robusto se paró de un salto lanzando una botella vacía de líquido contra la pared, estrellándose en varios fragmentos de vidrios. Temía que yo fuera el siguiente fragmentado.
-No te desquites con mi casa imbécil. Llévate a Eider. Tengo que hablar de algo con Joseph. Iremos en unos minutos- mi corazón se detuvo. Cuando sus ojos se fijaron en los míos y la sonrisa iluminó su lúgubre rostro. Sabía que odiaría está noche.
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