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Hasan Al-Saeed, un magnate árabe poderoso y solitario, busca una joven que le dé un heredero. Cuando Sarah, quien está vendiendo su virginidad, entra en su vida, su plan se complica. ¿Podrá obtener lo que quiere sin enamorarse?
La joven se encontraba muy nerviosa, no se imaginaba que iba a sentirse de esa manera en esa situación, pero la verdad es que no podía calmar los latidos desesperados de su corazón y por lo tanto, el incremento de los nervios ya era colosal.
Sentía las palmas sudorosas y un temblor que atravesaba su fisonomía con potencia. Jamás se había sentido tan nerviosa, pero ahora experimentaba una fase completamente diferente y la razón era más que obvia.
Viéndose en un aprieto económico, la muchacha de nombre Sarah había tenido que tomar una desesperada decisión: vender su virginidad a un hombre importante. Había recordado tantas historias de pequeña que su madre le contaba sobre cómo ser una chica ejemplar, honesta y buena. Ahora, estando en el despacho de aquel magnate, cada una de las palabras que su mamá le mencionó se habían ido por un caño.
Pero ella ya no se encontraba junto a Sarah, desafortunadamente había perdido la vida en un accidente de tránsito años atrás, dejándola desorientada en la vida y sola en el mundo. Aún con tantos destrozos a su alrededor, Sarah era una chica fuerte y había sabido ponerse de pie y continuar remando en la vida, a pesar de que sus pilares, papá y mamá, ya no estaban junto a ella. Pero sí los llevaba en su corazón.
Tragó duro.
Un hombre musculoso y alto seguía al pie del umbral de la puerta de aquella oficina. Sarah casi podría asegurar que habían pasado al menos 15 minutos esperando al árabe. Este hombre, trajeado y de aspecto serio, no decía una sola palabra salvo el saludo al principio y dar uno que otro aviso.
Sinceramente, la espera era una tortura y ella no tenía mucha paciencia que digamos. Además, con cada minuto que pasaba, los nervios crecían y la ansiedad iba a mil por hora.
Volvió a inspeccionar la oficina en la que se encontraba, que en su totalidad dominaba la oscuridad y ese fanatismo o gusto desmesurado por el arte.
Un entorno bastante artístico y masculino que gritaba a los cuatro vientos dominio, poder y más poder.
Se aclaró la garganta y revisó su móvil. Tenía mensajes de texto de su tediosa compañera de piso. Aunque era una chica bastante cuerda, a decir verdad.
Maritza: Oye Isa, ¿otra vez se te olvidó pasar por la ropa limpia? Ahora tendré que ir yo por ella, entonces llegaré tarde a mi clase.
Maritza siempre hacía eso y ella le pidió el favor la noche anterior de pasar por la ropa lavada, pero se había olvidado completamente de eso, por estar tan metida en el asunto de la venta. Ya no había nada qué hacer. Ni modo que se fuera de ahí, no podía hacer eso, estaría echando a la borda mucho dinero, y eso nunca. Resopló y texteó rápidamente una respuesta, y por supuesto, se disculpó con ella.
Sarah: Lo siento mucho, es que tuve que salir temprano, luego hablamos. ¡Discúlpame!
-Por favor, déjanos a solas -se escuchó la voz de un tercero, tan poderosa y profunda que Sarah casi deja caer el teléfono al suelo, pero afortunadamente pudo sostenerse en la realidad.
No sabía si realmente debía ponerse de pie, de todos modos, decidió hacerlo y ya se encontraba frente a ese hombre tan imponente, apuesto y terriblemente sensual que la examinaba con sus enigmáticos ojos verdes. Ahora creía en la perfección; era extremadamente hermoso y eso no ayudaba en nada. Al contrario, todo se complicaba para su sistema, dejándole una sensación diferente clavada en el pecho y un corazón loco que arremetía con fuerza contra su caja torácica.
Sensación así no había experimentado jamás, y ahora que se encontraba en aquella circunstancia, no sabía controlarse enteramente ante la ola de emociones que aplastaba su cuerpo. A pesar de todo, supo poner su mejor sonrisa y hacer como si nada hubiera pasado, aunque no todo era perfecto, pues aquel hombre estaba al corriente de lo que podría causar en las personas y ella era demasiado predecible para él.
Casi muere en ese preciso instante cuando el árabe deslizó una sonrisa. Pero supo no desfallecer y solo contenerse, incluso reprimió un suspiro.
-Hasan Al-Saeed -se presentó, volviendo a hechizar a la muchacha con su tono grave y hondo de voz. Le había tendido la mano esperando que ella la estrechara.
Así sucedió.
-Hola, no se me ha olvidado tu nombre, y ya sabes que soy Sarah.
Dando por sentado, sonriendo también pero jamás igualando el mismo efecto que tenía Hasan en ella.
-Sí, así es. Sé que es Sarah. ¿Cómo podría olvidarlo? Estaba muy ebria esa noche y no dejaba de repetirlo.
Admitía que en el fondo de su ser, sentía vergüenza por haber estado así en el club nocturno. Pero ya lo hecho, hecho estaba y no podía contra eso. Además, si no hubiera sido así, no lo habría conocido.
La verdad es que fue una noche bastante rara, tomando en cuenta que, tras beber demasiado, ya no podía ni con su alma y luego, al intentar alguien hacerle daño, apareció en la escena Hasan para salvarla. Sabía que esos tipos malintencionados podían haberle hecho algo realmente malo pero nada de eso pasó gracias al hombre que ahora tenía enfrente.
Recordó que despertó en una habitación de hotel, pero no una cualquiera. Se trataba de una suite importante, que ella claramente no podría pagar. Así que, además de sentirme terriblemente mal por la tremenda resaca, el terror de que debía pagar la estancia allí la mató.
Afortunadamente, el susto desapareció cuando se encontró sobre la mesita de noche una nota doblada.
"Algo en ti me ha llamado la atención, veámonos otra vez, Sarah".
Y al pie de la nota se encontraba un número telefónico. Así es como aceptó ir y verse con el tipo que recordó de inmediato, ya que la había rescatado de aquel momento incómodo.
Hablaron un rato en aquel restaurante, mientras llegaron a la conclusión de que él le daba la solución a todos sus problemas si le daba un hijo.
-Sarah -agitó una mano frente a ella, rápidamente volvió al presente y lo miró.
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