mientras aceptaba lo que le ofrecía. -Siempre dices eso -aportó mi madre, sin embargo, sin mostrar
intimidad. - Porque es verdad. Estas chicas te harán sentir orgulloso, ya lo verás. - Amén - dijimos los dos al
mismo tiempo. - El mío ya... - comenzó. Odiaba cuando eso sucedía, especialmente en medio del desayuno.
Hablar de sus hijos siempre le daba hambre al señor Quaresma. - Dos despistados. Una casa con un
oportunista. Esperaba más de Sabrina, tan lista e inteligente que podría casarse con personas más
interesantes que sumaran en lugar de chupar. - Deberías preocuparte por comer y... - Lo intenté, pero
rechazó lo que le ofrecí. - Y Bernado... - Otro bufdo, pero este es bastante molesto. -Casi cuarenta años a
mis espaldas y ninguna responsabilidad. - Sólo tiene 32 años, señor Quaresma. Los hombres tardan más en
madurar. - Intenté, una vez más, sin éxito, hacerle aceptar la comida. - Debe tomar el resto de su medicamento e insulina. - Termina ya de una vez - se quejó desistiendo de continuar con la comida. Mi
madre me miró como si no cuestionara la decisión de los patrones. Quería ser como ella, no me importaba.
pero... ¡Maldita sea! Yo era técnico de enfermería, futura enfermera, mejor aún, futura jefa de sala, por lo que
renunciar a un paciente no estaba en mis principios. - Si no comes al menos un poquito más, le voy a decir al
Dr. Geraldo que estás en una misión suicida. Mi madre quedó horrorizada por mi actitud, pero el señor
Quaresma se rió y aceptó que le diera la cantidad de comida necesaria. - Dije, esta chica será la jefa de
enfermeras del hospital más grande y mejor de esta ciudad. Hice lo mejor que pude para ignorar la mirada de
orgullo de mi madre mientras tomaba la bandeja y le entregaba a mi paciente lo que quedaba de la
medicación de la mañana. De hecho, la diabetes ni siquiera era el peor problema del hombre. Eran tantos que
me preguntaba cuánto duraría y rezaba para que no fuera tan pronto, ya que su partida me impediría pagar mi
preuniversitario y seguramente despedirían a mi madre. No bromeaba cuando se quejaba de sus hijos y su
yerno. Todos fueron terribles. Las peores personas que he conocido en mi vida. Y es que todavía no les he contado que mi madre ayudó a criarlos, sin embargo, esta realidad no cambió el comportamiento de ninguno.
de ellos. Tan pronto como tragó las pastillas, el señor Quaresma se levantó la camisa para que yo pudiera aplicarle la insulina y identifqué lo grave que era la situación. Con cuidado, encontré el lugar que le haría
menos daño e hice mi trabajo. Ni siquiera se quejó. - Entonces, ¿qué tal la biblioteca? - Quise saber apenas
me agaché, pero no tuve tiempo de responder. - ¡Buenos dias papi! -- Sabrina entró a la habitación con esa
mirada que era sólo suya. Impecable. Dispuestas de la forma que correspondía a su papel en la red de
concesionarios casi más grande que su padre construyó a lo largo de su vida, altivas, intimidantes y...
arrogantes. La chica que una vez jugó conmigo e hizo planes ni siquiera me miró. - ¿Ha terminado Laura? -
le preguntó directamente a su padre, ya que sólo se dirigiría a mí si era de extrema necesidad. - No - dijo el
señor Quaresma sin dejarse sacudir. - Le pedí a Laura que me acompañara a la biblioteca. - Puede esperar.
Tengo cosas importantes de qué hablar contigo. - Voy a la cocina, señor Quaresma - le informé. De hecho,
no era sólo que Sabrina no me soportara, sino que yo tampoco podía soportarla a ella en la misma medida.
La amargura era mutua, sin embargo, en aquella pulseada, sólo yo tenía motivos para ello. Y lo encontré donde menos lo quería, en la cocina vacía, como si supiera que yo iría allí en cuanto su esposa me echara de
la habitación de su padre. - Buenos días, Laura - Vicente, el marido de Sabrina, el aprovechado que el señor
Quaresma nunca dejaba de señalar, me saludó con toda la cortesía de la que carecía su esposa. -Buenos
días, Vicente. - Mi respuesta automática y sin emociones ni siquiera lo intimidó. Al otro lado del enorme
mostrador en medio de la cocina, me dirigí al refrigerador y agarré la jarra de jugo, pero tan pronto como mis
dedos se cerraron sobre el asa, casi la dejo caer. Sin mi autorización, Vicente me agarró por detrás, juntó
nuestros cuerpos y besó mi cuello. - Extraño tu forma de mal humor, ¿sabes? ¡Qué abuso! - Quita tus manos
de encima o tendrás que buscar una buena excusa para explicarle a Sabrina tu cara cortada -- Lo amenacé
mientras intentaba alejarlo, pero el tipo no tenía ni idea. - Sabes que ella creerá cualquier excusa que le dé. Y
fue por esa respuesta, porque supe que tenía razón, que yo, sin pensarlo dos veces, me volví hacia él y le vertí todo el jugo en la cabeza. - ¡Maldita sea, Laura! - Grita más fuerte hasta que Sabrina baja y descubre quién
es su idiota marido - amenacé. "Vas a limpiar esto", gruñó. "Con mucho gusto", respondí. Rindiéndose,
Vicente salió de la cocina, después de todo necesitaba limpiar el desorden que causé, todo listo para fngir
trabajar en la empresa que dirigía su esposa en lugar de su padre. Sonreí para mis adentros, satisfecha de no
haberme dejado intimidar, pero mi sonrisa murió al mismo tiempo que también me felicitaba por no haber
cedido. Con un profundo suspiro, busqué un paño para limpiar la encimera y otro para empezar a limpiar el
piso. Intenté con todas mis fuerzas que mi cerebro se concentrara en eso y no en el hecho de que, cuando era adolescente, fui yo quien le presentó a Vicente, mi novio en ese momento, a Sabrina, quien creía que era mi
mejor amiga. Me tragué las lágrimas y me obligué a limpiar el desastre antes de que sucediera más mierda.
Ya ni Vicente ni Sabrina podían robarme nada y necesitaba estudiar para el examen de esa noche. Pero, como
todo lo malo, se pone peor, cuando terminé el mostrador y me agaché para limpiar el piso escuché pasos
detrás de mí y luego me detuve. En la misma posición, nada recomendable, miré hacia atrás y vi de pie, con
una sonrisa burlona, a Bernardo Quaresma, el hermano mayor de Sabrina, el hijo del hombre al que quería por
su dinero, pero también por la consideración y Amor que tuve por él y por todo lo que hiciste por mi familia. -
Vaya, Laura. A esta hora de la mañana encontrarme con una mujer a cuatro patas en medio de la cocina está
en mi lista de deseos. - ¿Cuántos años tiene usted? ¿Diez? Él se rió de buena gana. A diferencia de su hermana, Bernardo nunca quiso alejarse ni dejar de ser mi amigo. Aconteceu por dois motivos: ele saiu do
país para estudar fora e depois os pais descobriram que ele só viajava o mundo sem se importar com o conhecimento que jurou obter para aplicar nas empresas, e porque eu deixei de frequentar a casa nobmomento que Sabrina roubou mi novio. Quiero decir... no en ese orden, sino por estas razones. - ¿Sabe tu
padre que a mitad de semana llegas a esta hora, incluso en horario laboral? - Quise agregar a las acusaciones el "y borracho", sin embargo, nada de lo que dije surtió efecto. - No lo sabes y no necesitas
saberlo. ¿Por qué vamos a empeorar la salud del viejo? Me quedé mirando a Bernardo sin creer esas.
palabras. Es cierto que era mayor de edad y tenía edad sufciente para