la puerta, su rostro una máscara co
¡Deja de esconderte! Escuchaste al hombre, creen que estás... muerta. ¡Sal ahora y demu
í salí. Mi sangre salió. Mi vida salió. Pero no puedo salir para ti ahor
dio un paso adelante,
habitación. -Su voz era calmada, cortando los grito
us talones, con lo
os. -Miró a Katia, luego a Toro, quien había aparecido silenciosamente en la puerta detrás d
os detectives. Se mordió el labio, un destell
mudeó, con la voz fina-. Digo, Atlas di
mirada de Atlas con una expre
ron. Ella nunca salió de la camioneta. Ni mientras estaba en el va
ambaleó, su mano aferrándose al marco de la puerta para a
abra apenas un susurro
la solapa de su costoso saco. Su
ijiste que se había ido! ¿Dónde
ble, se estremeció bajo el
pués de que llegáramos. El plan era... ella seguía en el vehículo. -De
mente, sus ojos aterrizando en el valet que se había acercado i
malditas llaves! -Se las arrancó de las manos al valet, torpement
e la suite, murmur
vía con una urgencia desesperada, su cuerpo temblando, medio corriendo,
de su desmoronamiento. Estaba luchando contra la verdad, tal como
onizantemente lento. Cada piso que pasaba parecía profundizar las líneas de miedo y confus
, contéstame. ¿Dónde estás?
o. El Comandante Murillo y el Oficial Reyes ya estaban ahí, esperando. Atlas los ignoró, sus ojos
del brazo. Su voz tenía un filo histérico ahora-. ¡No
firmemente la mano de Atlas. Su voz per
vantó una bolsa de plástico transparente. Adentro, había un pequeño relicario antiguo
io. El que Mamá me dio. El que nunca me quitaba. El que apretaba cada noche, incluso en la oscuridad del sótano. Estaba frío, qu

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