ista de Em
apariencias y la lucrativa alianza, apenas parpadearon antes de volverse hacia mí. "Tú lo harás, Em
prometido al que había anhelado en secreto toda mi vida. Se sentía como una broma cruel, un cuento de hadas
ntercambio de novias, o eligió ignorarlo. Excepto Carlos. Él lo sabía. Pod
o. La familia de Carlos, remilgada y correcta, mantenía sonrisas educadas. El propio Carlos era un fantasma, apenas hablaba, su
en la terraza, bañado por la luz de la luna. Mi conciencia, una v
atascándose en mi garganta-. Si no... si no quieres esto, lo entiendo. No quiero atraparte. No quiero pasar mi
ró, realmente me miró, por primera vez desde el anuncio d
raré. Me casaré contigo. -Dio un pequeño paso más cerca, y
que existía. Mi corazón, un pajarito en una jaula, aleteó salvajemente. Matrimonio. La palabra, una vez tan distante,
i lengua, pero no pude expulsarlas. El miedo, o tal vez un
e de su piel envió una descarga a través de mí. Por un segundo fugaz, fui transportada de vuelta
a me traicionaría. Me aferré a esa convicción, olvidando que mi conocimien
y arreglos florales. Elegí cada detalle, mi corazón agitándose con una es
huracán, su cabello usualmente inmaculado estaba despeinado, un moretón floreciend
tino. Pasó una mano sobre la tela brillante, sus ojos duros. Luego vio el delicado brazale
-se burló, su voz goteando desdén-. Primero mi pr
ló dentro de mí. Cinco años de re
lando-. Tú lo tiraste a la basura. Y esta es mi
s ojos entrecerrados, un
con algo que realmente me pertenece? -Su voz bajó a un susurro esc
f! El sonido resonó en la habitación silenciosa. Una marca roja fl
ara. Entonces, un lamento teat
apá! ¡Emil
por la conmoción y la furia. Mi madre corrió hacia Camila, acunándola
Se detuvo en seco en la puerta, su mirada fija en Camila, sollozando dramáticamente
hombros se tensaron. Su rostro perdió el color. Se movió, no ha
ja, un temblor recorriéndola. Pe
a furiosa, pintándome como la agresora, la hermana celosa. Camila, sinti
, se llenaron de una preocupación desesperada
z era un gruñido gutural que
mió Camila, enterrando su
apretaron alre
alabras eran frías, cortantes, dirigidas directamente a mí
la anidada contra su hombro, ni siquiera reconoció mi existencia. Me quedé allí parada, bañada por el resplandor duro del can

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