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Mi hermana, Camila, me tendió una trampa, y mis propios padres ayudar
r a mi hijo, Leo, sobreviviendo a tres intentos
y está tratando de quitármelo. Incluso usó una prueba de ADN para demostrar
inalmente me defendí. Abofeteé a mis padres, cortan
aginé. La madre de Carlos confesó todo: las mentiras, la
a en un acto de penitencia,
a mi lado a través de todo, me había amado en secret
ítu
ista de Em
, pero el timbre del teléfono de Joel la hizo pedazos, arrastrándome de
la colonia Roma. El aroma a café tostado y pan de muerto solía
gado a apreciar. Pero el repentino y discordante tono de llamada hizo
l nombre quedó suspendido en el aire, p
e segundo. Hubo un destello de algo que no pude descifrar
tana hacia la calle bulliciosa. Un grupo de niños con sudade
uertas de la cafetería. Leo. Mi hijo. Aferraba un pequeño trofeo de plástico, su rostro
nos dorados y naranjas quemados. Una brisa fresca las perseguía, un último
, "solo estamos... tomando café", cada palabra cargada con una calma forzada diseñada para aplacar a quienquiera que
uego su mirada se dirigió a Leo, que seguía saltando en la banqueta fuera de la ventana, ajeno a la tormenta queñana otoñal. Leo se lanzó hacia mí, sus
pujó el trofeo a las manos, su sonrisa tan
llo, una ola de ca
bía que lo harías. -Mi voz sonó
rás de mí. Miró a Leo, luego a mí. Sus ojos estaban abiertos con
voz plana-. ¿Tú.
i expresió
. -Mi tono no dej
, una mancha de color vibrante y caótica contra el fondo otoñal apagado. Su bufanda de diseñador ondeaba a su alrededor, p
sprecio-. No me digas que estás tratando de hacer pasar a este niño como
do no solo estaba acechando; estaba parad
ó. Se apartó de mí, golpe
s mi papá! -Su voz era a
cia atrás, otra carcajad
entiras más grandes. -Ni siquiera miró a Joel
nte, un músculo crispá
ta. -Su voz era
finalmente habló. Sus ojos, usualmente tan compu
. Sonaba casi... decepcionado. Como si la chica obediente y pasiva
uerza. Sus pequeños dedos me devolvieron el apretón. Lo
aves del auto con torpe
es tu amigo? -Su voz
l rugido familiar u
trovisor donde Carlos y Camila seguían parados, un
lado un momento,
u viejo libro de cuentos. Era muy
udillos blancos. Un escalofrío, más helado

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