sta de Elen
ético contra el hueso. Instintivamente me agaché detrás de una palmera en maceta, las hojas ásperas arañando mi mejilla. No me había reco
dolor más profundo y profundo. Recordé sus ojos sobre mí en la fiesta: distantes, fríos, despectivos. Esto era diferente. Esto era g
llamado su musa, su frágil artista. ¿Y yo? "Elena, eres tan... práctica. Tan centrada. A veces, un poco demasi
e una vez mencionó que admiraba la "sensibilidad artística". Había vertido mi alma en un paisaje, una vibrante pintura al óleo de las colinas ondulantes cerca de nuestra casa de la infancia, un lu
on orgullo en su estudio privado. No la mía. Nunca la mía. Mi pintura, mi esfuerzo, mi alma vertida en
sillo del hospital. Un mensaje de César: ¿Dónde estás? Ven
del laboratorio, su rostro pálido y dema
regunté, una nueva ola
y desenfocados. Tragó saliva, s
ro ronco-. Me llamaron. Hicieron
n latía c
...
ra lo único que podí
a sola risa amarga es
peor. Di
zo de papel, su
stán por las nubes. El doctor
hera hace unas semanas, después de que Franco me hubiera humillado de nuevo. Había vuelto, lleno de remordimiento, o eso había
arazada. Un bebé. El bebé de Franco. Mi mundo, qu
do. La voz tranquila y profesional del doctor explicando que el embrión er
era ronca cuando
s a hace
lenos de una ternu
. Pero mientras la sonda del ultrasonido trazaba círculos sobre mi abdomen, un débil y rítmico golpe resonó en la habitación. Un latido.
metálico. César estuvo allí al instante, presionando u
sabe? -preguntó
cabeza, miran
nunca l
lta. Este secreto, esta

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