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Me dejó sola, plantada en medio de un salón lleno de invitados, para c
l apellido de su familia, y me acusó de fingi
que yo cargaba: un diagnóstico de leucemia terminal
ror de borracho, la noche que escupió con
aba en la habitación estéril de un hospital, sola, interrumpiendo el embarazo de nuestro bebé
de nuestra historia, una liberación
de compromiso, el aroma de las gardenias llenando el aire, justo mome
ítu
sta de Elen
apretaba el nudo de angustia en mi estómago. Sabía que Franco no
, su prometida, sino a alguien más. Siempre buscando a alguien más. Su frialdad era un dolor s
jos nunca se encontraban con los míos con la misma calidez que guardaban pa
urmullo educado de la conversación. El rostro de Franco, usualmente tan sere
a puerta. Su voz era un susurro áspero, lleno d
ano, agarran
espera. ¿
con brusquedad, como s
n me necesita. Más de lo
como una bofetada, c
iqué, mi voz apenas audible sobre la música
ue me quedaba, se desm
estaban congelados. No tenían calidez, ni reconocimie
ti, Elena -siseó, su voz cargada d
is venas, adormeciéndome. No podía moverme. No podía hablar. Se
eciendo en la noche. Luego, me volví para enfrentar a mi
negocios urgente -mentí, con la v
e, bendita sea, me dio un pequeño y alentador asentimiento. Sabía que veían a través de mi fars
vó a un lado, su mano acar
todo bien con Franco
de preocupación,
forzando una sonrisa tranquilizadora-
No podía añadir mi
yo. Él era el niño travieso que me jalaba las coletas, el valiente caballero que ahuyentaba dragones imaginarios. Me prometió la luna y las estrellas, un jura
cambiante. La riqueza de su familia se disparó, consolidando el nombre de los Mayer como un titán de la industria.
ño que conocía se había ido, reemplazado por un hombre frío y ambicioso, con los ojos hundidos por el dolor. Eduardo, el padre de Franco, sacó la vieja promesa de los polvorientos estantes de la
ar. Me veía como un obstáculo para su verdadera devoción: Katia. Ella era la que realmente amaba, la que creía que es
he, después de demasiado whisky. Sus p
en mi brazo-. Tú y tu madre, aferrándose a nuestro apellido, a nue
ojos ardiendo
o a través de tu actuación. Quieres u
compromiso era la primera vez que realmente nos veíamos, que realmente estábamos juntos, en
os de sus palabras todavía resonando en mis oídos. El s
a boca. La cabeza me dio vueltas. La habitación se incl
aquí. Antes de que a

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