sta de Elen
tenía atractivo. Incluso el olor me revolvía el estómago. Yacía acurrucada en mi cama, las sábanas enredadas a mi alrededor, deseando un
or resonaban en mi mente, un tamborileo incesante. "Necesitas decírselo a tu familia, Elena. Esto no
enas un susurro. El doctor había desviado la mirada, su
sesperada, pequeña y parpadeante, me instó a llamar. A decírselo. A romper este
zón de voz. Había colgado. Mi esperanza, tan frágil como era, se hizo
er esto sola. Mis dedos, temblando ligeramente, enco
bre, su voz llena de su
onda, chula?
mi voz quebrándose-
n. César, con su energía ilimitada y su encanto fácil, siempre había chocado con la rígida formalidad de Franco. Franco veía a César como un deportista poco refinado, u
las estériles paredes blancas del hospital. Las cabezas se giraron mientras caminaba
voz baja, sus ojos escudriñando mi ros
cabeza, evita
. un cheque
Salía tan fá
la de infusión, el goteo constante del suero un extraño consuelo. El calor de la manta, el bajo z
taba vacía. César se había ido. La en
o ha terminado. No debería h
o era
voz espesa por el sueñ
sión se
iño. Lo
entras retiraba la aguja, dejando un peq
a de pruebas. Mi estómago gruñó, un dolor hueco. Me sentí mareada, el pasillo blanco
ces cuand
o. Y
envuelto protectoramente alrededor de ella. Su rostro era una máscara de ternura, su ceño fruncido por la pre

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