sta de Jose
s de la mesita de noche. Se hizo añicos en el suelo,
razné, con
nuevo ramo todavía e
! -grité, el sonido d
os más grandes de vidrio. Un borde afilado le cortó el dedo. Una gota de
ía corrido a su lado, habría limpiado el corte, vendado su mano, besado para q
s gritos. Levantó la vista, sus ojos buscando en mi rostro un deste
drio roto y acercándose a la cama-. El choque... n
el choque -dije
ntinuó, arrollándome-. Iba a terminar con e
lante, el impacto fue peor para ella. Estaba gritando. Entré
ca en un momento de pánico. Sacó una pequeña caja de macarrones del bolsillo de su chaqueta -mis favoritos,
-dijo, su voz su
ndo los pasteles de colores brillantes por el suelo,
a palabra era un
ado por una familiar chispa de ira. Su paciencia, siempr
pagando por esta suite de lujo, Josefina. No olvides quién pagó cada
a mi hermana muerta, usando mi dolor
. -Mi voz
ndíbula apretada. Luego se dio la vuelta y salió furioso, ce
das, y los sollozos que había estado conteniendo finalmente se liberaron. Lloré por Kiara. Lloré por la mujer que solía
o devoto para el personal del hospital. Venía todos los días, trayendo
los doctores observaban con ojos compasivos, susurrando sobre el pobre y heroico Sr. Ríos y su esposa ingrata e
, contando los segundos hasta que pudie
ba mi pequeña bolsa, la puerta de
Bárb
ustado, su rostro perfectamente maquillado. Me miró de a
sa lástima-. Te ves terrible. El
ero, de nuevo, nunca fuiste muy agraciada. Nunca p
quiera. Lo que sea. Me compró un penthouse la semana pasada. Me llevará a París para mi cum
cante. -Él me ama, Josefina. Solo estaba
e heló. Era el relicario que mi abuela me había dado, el que Bárbara me había robado de
cara-. Lo he guardado todos estos años. Un pequeño
sus dedos helados. La habitación se sentía pequeña, el aire escaso. Las pesadillas
na escapatoria. Se posaron en la canasta de frutas que Javi hab

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