sta de Jose
Mi cuerpo fue lanzado hacia adelante y luego golpeado contra el asiento. Mi cabeza, ya herida, golpeen mis oídos y el olor de las bolsas
rente, un instinto estúpid
i voz un susurro r
lantero, escuché un
i cara está bien? -La voz d
terror, pero no por mí. -¡Bárbara
tral para llegar a ella. Acunó su rostro entre sus manos, sus pulgares limpia
guño -murmuró, su voz frenética de alivio
o teatral, apoyándose en su ab
osos de sangre. Mucha sangre. El costado de mi cabeza se había abierto por el impacto. A diferencia de Bárbara,
brieron por una fracción de segundo mientras observaba la sangre que me apelmazaba el cabello y
tan rápido
su atención volvió a ella al instante. Su rostro se su
enas y gritos. La gente se estaba reuniendo, sus rostros páli
riéndola de una patada. -¡Que alguien ayude! -rugió a l
ñalando a
ía por mis extremidades. Intenté llamarlo de nuevo, pero sentía la lengua grue
or favor.
lo
e encontraron con los míos a través del espacio donde solía estar el parabrisas. Por un único y ho
io la
s que llegaban, de espaldas a mí, de
espalda, un muro sólido entre mí y cualquier esperanza de sa
a e
, le estaba cosiendo un corte sobre el ojo. Hizo una mueca de dolor y yo besé suavemente la herida. Me había tomado la cara entre sus manos y me habí
que saboreé antes de que la osc
na máquina. Mi cabeza estaba envuelta en vendas y un dolor so
isando mi suero. -¡Oh, ya despertó! -dijo
rescató a esa otra señorita del auto, y luego insistió en que la atendiéramos
struido una narrativa, una actuación
tinuó la enfermera, señalando un jarrón en la m
lirios. Eran fúnebres. K
ije, mi voz goteando un sarca
dijo, sacando su teléfono-.
transeúnte, lo mostraba abriendo la puerta del auto de una patada y sacando a Bárbara. El ángulo de la cámara era estratégico, haciendo que pareciera que estaba desafiando las llamas para salvarla. Luego, co
onaba el hecho de que su "angustia" era una actuación para las cámaras que habían
-dijo la enfermera con entusiasmo, ajena a la tormenta que se desa
risa era para mí, por mi propia estupidez. Por haber creído algu
l mundo era una mentira. Una ment
a atmósfera cargada, me dio una sonr
o y aún más grande ramo de lirios. Su rostro era una máscara de ca
oportunidad

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