sta de Jose
volví a estar en la central de autobuses, helada y sola, convencida de que el dolor era lo único que volvería a sentir. Pero algo había cambiado en los últ
o era una máscara de furia fría, sus ojos ardían
con los ojos muy abiertos y en silencio, la sangre que
spera mientras me alcanzaba. Intent
o, alejándome de su toque. "No", di
y la presioné contra la herida, tratando de detener el sangrado
espiración agitada. La mandíbula de Damián se apretó. Un músculo se contrajo en su mejilla. Se enderezó, un des
a una pequeña clínica de 24 horas en una parte de la ciudad que Damián nunca visitaría. El médico, un hombre de aspecto cansado y ojos amables, sacó el trozo de porce
para la escuela. Una ola de alivio me invadió al pensar que no me vería así,
Carlos. Apoyado contra nuestra puerta, su ropa de trabajo polvorien
te un bálsamo para mis nervios deshilachados. Mi mano vendada descansaba sobre su hombro, el dolor un latido sordo y rítmico. Enterré mi rostro en su cuello, el familiar aroma a aser
comenzó a disiparse, revelando
uelo frente a mí, lavando suavemente la suciedad de la ciudad de mis pies en una pala
, susurré, luchando contra
mirarme. "El trabajo... podría mudarse. El dueño está subiendo la re
nudo de ansiedad apretándose e
dijo vagamente. "Política. El nombre de Herrera sigue apareciendo". Levantó la vista hacia mi mano vendada, y su ceño se frunció e
cho, oliendo sangre en el agua. Cualquier escándalo, cualquier debilidad, sería explo
lo que me sentía. "No tengo miedo de ser pobre o de trabajar duro
brazos, sosteniéndome con fuerza. "Lo siento, Fina", murmuró en mi ca
No fallaste. Me salvaste la vida, Cal. Me diste un hogar. M
spectiva de una nueva aventura, un nuevo comienzo. Inmediatamente comenzó a revolver sus cosas, parloteando sobre qué aviones a escala se llevaría y
ra llamarlo a cenar. El a
ueña mano tiró de l
es y había corrido hasta aquí. Llevaba solo una camisa delgada y pantalones, su cabello estaba
surcado de lágrimas. Me miró, sus ojos muy
", susurró, su