bido. Catalina respiró hondo, tratando de calmar el torbellino en su pecho. Llevaba tres d
mer
emple
o de un mundo que
religioso. A cada paso que daba, Catalina sentía el peso de las miradas de quienes la rodeaban. Algunos empleados susurraban entre
erminación hasta la recepción privada del CEO. La asistente de Dante Moretti, la
eñor Moretti no tolera la impuntualidad. Llegó con... -miró su relo
forzó una
ejorar el ré
ón en los labios perfectamente delineados de la a
me -o
ndo el despacho del CEO. Catalina se
rio de Dante, de madera negra y bordes afilados, estaba al centro, flanqueado por estanterías lle
í est
alón. Vestía un traje gris oscuro perfectamente entallado que destacaba la firmeza de sus hombros. La luz natural delin
fríos como acero, labios definidos y una expresión que m
funda, sin rastro de cordialidad
ó, confundida po
puntualidad
excesiva revela ansiedad, y l
a no replicar, pero una parte
d -respondió con calma-. Quiz
e se sintieron eternos. Entonces,
starme que me contradigan
alzando el mentón-. Solo aclar
a peligrosa, como la de un depredador que descub
muró, mientras la rodeaba con la mirada-.
donde había tres carpetas cerradas. Él tomó una
rno, los códigos de acceso y la base de datos co
más de doscientas páginas llenas
-preguntó,
ice de emoción-. Si no puede, sab
ocultar el temblor en sus manos. No
o finalmente,
nas la cabeza, como si evaluar
. No me gusta perder el ti
lía dejarse intimidar, pero había algo en la arrogan
soy mediocre -respo
d, aunque no era una sonrisa cálida; t
ían demasiado en sí mismos son los q
ntió un escalofrío recorrerle la espald
y regresó a su escritori
as -dijo, como si fuera un dato irrel
atalina, aunque parte de
ada, clavándol
e podía d
No respondió. Si lo hacía, s
plicar demasiado. Era un hombre que esperaba resultados inmediatos y no tenía paciencia para segundas oportu
o era solo vigilancia profesional; había algo más. Una int
mullo de las conversaciones se apagó apenas cruzó la puerta. Algunos empleados susurra
ueva asisten
rará ni un
nadie sobrevi
ero por dentro sentía cómo el peso
éfono en italiano. Su voz era grave, firme, cortante. No entendía las palabras, pero
ciero para la reunión de mañana -orden
a que eso significaba llegar
ca. Dante se inclinó ligeramente hacia ella, apoyando una mano so
Vega. En esta oficina, no conf
e Catalina d
a un hombre fácil de manejar. No solo porque era exigente, frío e imposible de
ería admitirlo, ya estab