a por la terraza a las ocho. No necesitaba mucho para sentirse en control. Pero había un momento de
tura en las mangas. Otras, con una coleta mal hecha y una taza de té con canela entre
rma invasiva, sino como quien contempla un cuadro fa
i su alma hablara sin filtro, sin miedo. A veces Elías se preguntaba si ella sabía lo que provocaba. Si se daba cuenta d
el reflejo de la ventana. Luna bailaba sola. Auriculares puestos, ojos cerrados
pudo evit
mbre. El amor que él sentía por Luna no era dramático ni escandaloso. No era fuego. Era algo má
a enorme y tenía pintura en la nariz. Él le ofreció ayuda, pero ella lo mir
cambió. Lentamente, si
ntra la primavera en una ciu
evidente. No con palabras. Sino con gestos mínimos: aprendiendo a tomar té, aceptando v
ía miedo de que cualquier confesión destruyer
cioso -dijo Luna de pronto, ab
saltó, dejando
recuperando la compostura
r? Hoy el cuerpo
ijo él, en tono neutro, pero c
rvándola, como todos los días. Amánd