n en su mano, la voz de Elena resonando en su cabeza. Pedro entró, al
, vieja? ¿
isto. Le contó la conversación, palabra por palabra. La cara de Pedro se transformó,
dijo Pedro, su voz grave y lle
lar, buscó el número de Elena y marcó. No iba a dejar que esto se quedara así
nen el d
"Ese marisco no te lo vamos a pagar. Un regalo es un regalo. Y si lo que querías era
io del otro la
, suegra? ¿Que no van
mpre, y lo sabes. Les dimos para el enganche de su casa, les pagamos el bautizo de la niña, les ayudamos ca
hillona y llena de ira. "¡Son unos viejos tacaño
rrebatado el teléfono a Sofía. "Y para que te quede claro, si quieres tu porquería de marisco,
rta de insultos y
dejando un residuo amargo de coraje y decepción. Sofía se sentó de nuevo, sintiendo
a él. "Te dije desde el principio que esta muchacha no era bu
mirada calculadora. Hablaba sin parar de sus aspiraciones, de las marcas que le gustaban, del tipo de vida que quería te
bía visto la ambición fría detrás de la fachada
lo que le puedes dar, hijo. No
e enamorado, se
á. No soportas que
Juan le levantaba la voz de esa manera. Sofía, con
anos... un par de vagos, siempre metidos en problemas, pidiéndole dinero a Elena y, por extensión, a Juan. Eran una carga,
eno de peleas que Juan siempre minim
unció Juan, con la cabeza gacha
ué podía hacer? Juan ya era un hombre. La boda se organizó a toda prisa. Sofía y Pedro, por
salón, el banquete, el vestido
erezco verme como una reina", había dic
Y ahora, años después, la historia se repetía, pero de una forma mucho más ruin y descarada. El marisco en el refrigerador ya no parecía un manjar, sino el símbolo de todo lo que habían
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