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rancesa era perfecta, cada uña una pequeña obra de arte que brillaba bajo la luz del candelabro del lujoso restaurante. Llevaba un vesti
abajo y con las uñas mordidas, estaban escondidas debajo de la
í?" , respondí, mi voz sonando
egaba a sus ojos. "Porque, Elena, eres mi
ninguna Isabella. Hace veinte años, cuando yo tenía apenas cinco, esta misma mujer me llevó a una central d
a vo
icía me despertó. Recuerdo el orfanato, los años con mi tía Carmen, quien me recogió cuando finalmente la encontraron. En mi muñeca, todavía tengo u
mí. No para pedir perdón, no para explicar por qué me h
mi vida. Afuera, la Ciudad de México se ahogaba bajo un aguacero, muy parecido al que caía la noche en que mi tía Carmen finalmente
redes sudaban humedad cuando llovía así, y a veces tenía que poner una cubeta para atrapar las goteras que caí
de su brillante futuro en la universidad, de lo talentos
mi jefe, recordándome que mañana tenía que llegar
vo. "Sé que es mucho pedir, Elena. Pero eres la única com
que alguna vez tuve. No encontré nada. Solo a una extrañ
de un trago. El hielo
nalmente, mi voz fría c
nto. Luego, su sonrisa ensayada regres
rataba de justicia. Y estaba decidida a cobrarle cada una de las noch
sco en el silencio del elegante comedor.
de la ciudad me golpeó en la cara. La lluvia había amainado un poco, pero el cielo seguía gris y pesado. Mientras caminaba hacia la parada del metrobús, saqu