a de plata esterilizada, extraía una minúscula gota de su propia sangre de la yema de su dedo, diluyéndola en las infusiones que le administraba. Era una
devuelto algo de color a su rostro y una energía artificial que le permitía sentarse erguido y hablar con fuerza. Pero bajo la ropa, su cuerpo con
lina cada vez que él se quejaba. "El veneno de la enferm
le, se aferraba a sus palabra
de Mateo, notó un ligero movimiento en los dedos de su ma
usurró. "¿Pu
, nublados por meses de inconsciencia, parpadearon para acostumbrarse a l
o. Y entonces, con una voz que era apenas
fía.
dejó caer la bandeja que llevaba. El estruendo de la
casi la dejó sin aliento. Lo había logrado. Había t
terminar. Sabía lo que vendría después. El elixir de Catalina, como todos los venenos estimulantes, tenía un efecto final y devastador. Creaba una últ
cedería e
ba más llena que nunca. Don Ernesto había hecho instalar una tarima
entes, se puso de pie junto a su silla. Se veía notablemente mejor. Su rostro
nado!" proclamó Catalina a la multitud
oreja a oreja, mirand
eo. Estaba débil, pálido, pero caminaba por su propio pie. La multitud se quedó en silencio, un s
on lentitud pero con firmeza. Tomó el br
n voz clara, "me salvó
de puro odio e incredu
tó y miró direc
maravillosamente. Pero la apuesta era que caminarías. Así que, por fa
to. Se sentía fuerte, invencible. El elixir corría por sus venas, dá
gusto, bru
un p
go
spiración. Por un momento
unfal, levantando la pierna con
do seco y sonoro como una rama
ntro por el veneno, se había partido en dos. Perdió el equilibrio, su rostro se
nes se rasgó a la altura del muslo. Y lo que quedó a
necrótica, que supuraba un líquido oscuro y maloliente. La ilusión se había roto. El
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