, mientras yo, Elena Castillo, la verdadera heredera, observaba desde las sombras. Mi padre, Ricardo,
iberado, y el champán helado se derramó sobre ella. Cayó al suelo, y con lágrimas falsas, me acusó:
vil circo. Les revelé la verdad: Ricardo es solo un empleado de mi madre, Carmen Castillo, la verdadera dueña de la fortu
eza golpeó la mesa, y la sangre manchó el suelo, junto a los restos del pastel. Mi padre y Sofía
o desechable: "La señora Carmen sabía que esto pasaría". Y entonces, marqué el número de mi madre, la emperatriz, para contarle todo. "¿Qué te hicieron?", su voz, ant