n lugar de ir a mi habitación, me dirigí al estudio de mi madre, el ún
eo me siguieron. No
ir una disculpa pública a Brenda y a Sofía, y vas a firmar un documento di
?", lo
pero con el testimonio de tu padre y un buen psiquiat
. Sabían que tenía razón y el mie
resa. Que ellos revisen los libros de contabilidad de los últimos cinco años, los pape
en los ojos de Rica
a. "¡Es un asunto familiar! ¡No necesitamos extri teléfono del bolso. "Y estos no son sus trap
car el número
tus amenazas!"
ó el teléfono de la mano y lo estrelló contra el suelo de mármol.
tiempo, explotó dentro de mí. Sin pensarlo, levanté la mano y le di u
táneamente en su mejilla. Se quedó paraliz
l se apoderó de su rostro. Ver a su precioso hijo m
te atreves a tocar
violencia. Luego, me empujó. Me empujó con
ro y afilado: la esquina de la mesa de caoba donde, irónicam
mano a la cabeza y cuando la bajé, mis dedos estaban cubiertos de sangre. Roja y espesa, mezc
la neblina del dolor, vi sus rostros. Mateo, con la mano en la mejill
do lo que había hecho. Vi un atisbo de algo, ¿arrepenti
y le puso una
jo, su voz un susurro
ella. Se dejó guiar
ravesó mi mente. Un recuerdo. Yo, de niña, cayendo de un columpio. Mi madre, Carmen, corriendo hacia mí, levant
mientras una lágrima de rabia y dolor rodaba por
bía abandonado