to de silencio y sombras. El auto se deslizó sin hacer ruido por el asfalto mojado, deteniéndose fi
r de sus dedos. Su corazón latía con una fuerza descontrolada, un tambor ansioso contra sus costillas.
ran absurdas, malversación de fondos, un delito que chocaba directamente con la reputación de hombre í
o. La desesperación comenzaba a consumirla, hasta que esa misma mañana, una carta con el sello de las empresas Vargas llegó a su ca
uí, frente a la
penteaba a través de un jardín impecable. La mansión de Ricardo Vargas se erguía al final, una es
alió a recibirla, su
o, el señor Var
olinaban en su mente, ¿qué quería un hombre como Ricardo de ella, a solas
iqueza y poder, un mundo tan ajeno al suyo. Esperaba que la condujera escaleras arriba, hacia una de las muchas habitaciones que
recibirá en
un lugar de negocios, no un dormitorio. Quizás, solo quizás, sus intenciones no er
la puerta y se
a vista panorámica de las luces de la ciudad. Vestía un traje oscuro hecho a la medida que acentuab
como siempre, se clavaron en ella. No había calidez en s
murmullo grave y controlado,
afirmación de su poder. Él sabí
iempre distante, siempre observando. Nunca habían intercambiado más que saludos formales, pero ella siempre había sentido
ir, su voz apenas un susu
a su escritorio de caoba. "No hay necesid
ión se sentía pesado, cargado de una ten
odo el valor que le quedaba. "Las acusacione
o llegó a sus ojos. Se sentó en su imponente
seguir su curso, S
"¿Qué pruebas puede haber contra un hombr
brió un cajón de su escritorio y sacó un sobre.
te refresqu
re. Pero el contenido la dejó sin aliento. Era una confesión, una descripción detallada de cómo había desviado fondos com
a, una condena segura. La pequeña esperanza que había sentido s