por diez años llamé hogar, un desafío silencioso a Diego, el hombre a
a mi despacho. Ahora" . Y allí, sentado tras su imponente escritorio de caoba, me
ba por otra mujer, Sofía, sino que me exigía ponerle ban
on las frías palabras de Diego resonando: "Ximena es buena para el negocio, para la guerra, para la calle. Pero
veía el hombre a quien le había dado todo, solo una herramienta para desechar cu
una determinación inquebrantable. Me levanté, la cabeza alta, y con una sonrisa forzada le dije: "Claro, Diego. Será u